53. ALTA TRAICION

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-¿Dónde está? ¿Está vivo? ¡Respóndeme, maldita sea!-eso me ganó otra bofetada. Mis manos se cerraron con fuerza en los posabrazos clavando mis uñas. Apretando los dientes, le miré con llamas en los ojos.

-No, no. No hay porqué ser así. No te preocupes, todo terminará, cumplirás tu objetivo, y todo el dolor y amargura de todos estos años llegará a su fin. Es tu destino.-

-Estás totalmente demente.- una delgada y diminuta sonrisa curvaba sus labios diciendo que no le importaba.- Sabes, mamá no te dejó porque descubrió lo que planeabas hacer. Te dejó porque descubrió lo tan falso y vacío que estás, y no quería pudrirse por dentro como tú. Ella sabía que tú nunca le podrías dar lo que nunca has recibido.- sus labios apretados en una delgada línea tensa se abrieron en una sonrisa burlona, y extendió sus brazos señalando a su alrededor.

-¿El qué? Lo tengo todo.-

-No, no lo tienes. Nunca tuviste a mamá porque jamás has podido ser capaz de sentir algo por alguien. Estás hueco por dentro como una muñeca de porcelana, y lo peor es que tú mismo lo sabes, eres tan consciente de ello que debes taparlo con riquezas y poder, mansiones y posesiones, pero eso es lo que nos diferencia. Crees que puedes manipular y manejar a la gente con dinero y moviendo hilos, pero no es así. Porque al final cuando todo se vaya para el drenaje, estarás solo y ninguno de tus amigos de plástico estará para consolarte.-

La máscara burlona de su rostro se transformó en una mirada llena de fría furia. El silencio se hizo de nuevo. Los latidos de mi corazón golpeaban fuertemente mi pecho resonando en mis oídos. Un segundo después, retomó esa postura calmada y sosegada.

-Espero que te sientas mejor diciendo tonterías, porque tu hora ya está aquí.-dijo, y se giró hacia la puerta. La abrió, pero antes de irse me miró sobre su hombro con una sonrisa petulante. -Bienvenida a casa, niña.- y atravesó la puerta.

Lágrimas cayeron por mis mejillas. Aún no sabía qué le había pasado a Sebastian. Tenía que lograr romper estas cintas. Mi mirada se posó en mi mano izquierda. La sangre seca de Sebastian la cubría. Finalmente pude identificar la melodía en el cuarto. Era la canción favorita de mamá. "Cuando calienta el sol". Era tan enfermizo.

Retorcí mis muñecas bajo la dura cinta blanca y sangre marcó mi piel. Unos minutos más tarde la puerta volvió abrirse, y una mujer entró.

Llevaba un vestido bata kimono azulado, anudado en la cintura. Las amplias mangas de murciélago tocaban sus codos mostrando piel dorada de su delgado antebrazo con una pulsera, que podía atreverme a suponer de diamantes, alrededor de su muñeca. Su cabello rubio oxigenado estaba en un recogido alto. Sus largas piernas se mostraban a través los picos a cada lado del vestido. Su aire sofisticado y elegante no podía ocultar su cruel naturaleza.

Su rostro estaba blanco, sin emoción, como si estuviera aburrida de la vida, pero en sus ojos podía ver que guardaba una profunda maldad.

Caminó hacia mí, y me paralicé. Alzó su mano delgada, y con un pequeño abrecartas de bronce con diminutas piedras incrustadas en azul, deslizándolo debajo de las cintas, me liberó.

-Vamos.- su voz calma como su andar, me ponía los pelos de punta. Se detuvo en la puerta y al ver que no me movía me miró sobre su hombro: -¿No quieres ver a tus amigos?-

El corazón saltó de mi pecho. Me puse de pie de inmediato, y mis piernas flaquearon. Trastabillé, pero logré mantenerme de pie. Con las piernas atrofiadas me arrastré detrás de ella, que había comenzado a abrir paso el camino.

El corredor era tan largo como el estómago de una ballena y lujoso como se podía esperar. Mis zapatos resonaban en el mármol negro del suelo. Las paredes estaban cubiertas de más empapelado bordo. Enormes retratos de sujetos en poses magistrales colgaban de las paredes. Nos detuvimos frente a otra puerta, y la abrió.

Tiempo y Existencia. Enterrada por el pasadoWhere stories live. Discover now