13. EL DIABLO BAILA A NUESTRO ALREDEDOR

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El enojo fue suplantado por la triste e impotente realidad. No había nada que pudiera impedir lo que estaba por ocurrir.

Tambaleándome, me senté en la cama, cayendo sin fuerzas. Sintiendo un profundo e inconsolable agujero en mi pecho. ¿Por qué volvía a suceder esto? Se suponía que habíamos escapado de toda esta mierda. ¿Cómo podía siempre volver a nosotros como un boomerang?

Rendida, doble mis piernas contra mi pecho. Ya no importaba. Porque más allá de toda pelea, le creía. Sólo no comprendía por qué suponía que yo tenía todas las respuestas.

"¿Qué debo hacer?" Supliqué una respuesta a los cielos. Nada.

¿Por qué será que cuando crees que has dejado todo atrás, te vuelve a golpear en el rostro como si jamás te hubieras alejado?

Ese Velo...

No tenía idea de a qué se refería. A menos que cuente el conocimiento recopilado de las películas sobre Halloween, lo cual no creo que ayude. Pero siempre hay un momento crucial en que lo seres que no pueden rondar en nuestro mundo porque les tocó su turno desde hace tiempo, buscan, esperan para volver. Eso era un cuento ficticio, nada real. Pero, si era cierto lo que decía, el peor de los escenarios estaba planeado para nosotros, el fin de nuestro mundo como lo conocemos. O, al menos es cómo ponen en las películas.

La toalla terminó por abrirse y deslizarse de mi cabeza. Suspirando la tomé, y me peiné hacia atrás el cabello. Mi mirada se posó en el espejo de la esquina, viéndome despeinada, sentada con la inconsolable realidad, decidí que no sería así.

Poniéndome de pie, di un vistazo a la hora en el escritorio. Debía irme a trabajar. No permitiría que alterara mi vida. Demasiado hizo.

Me cambié rápidamente, y trencé mi cabello de camino a la cocina. Alimenté a Leyla, y dejé que saliera mientras me ponía las zapatillas rojas y me tomaba una buena taza de té rojo.

Enfundé mi pobre teléfono en el bolsillo trasero de mi pantalón, y Leyla entró corriendo. Le di una palmadita, y tras cerrar la puerta, bajé trotando rápidamente los escalones sintiendo que debía alejarme de la casa.

La sentía cerniéndose sobre mí, sofocándome. Necesitaba enfocar mi mente en otra cosa, en la normalidad del día, en la gente que no tenía idea de lo extraña que se había tornado mi vida. Suspiré. Normalidad era un antónimo a mi vida, un lujo a lo que ya no podía aspirar.

-¡Ayy!-grité resbalando sobre el escalón de cemento clavándome el borde en mi trasero. Mi mano se cerró en la barandilla, y mi brazo dio un doloroso tirón con el peso de mi cuerpo cayendo.- ¡Agh! ¡Mierda!-

Cubrí con las manos mi tobillo derecho. El dolor latía por dentro. No creía que fuera grave, pero un dolor más a la lista. Lo masajeé suavemente, y agarrándome de la barandilla me puse de pie.

-¡Agh!-volví a gritar. El dolor agudo se sacudió subiendo por mi pierna, inmovilizándome. Había calculado mal. Dolía mucho.

Refunfuñando malhumorada y gimiendo de dolor, me puse de nuevo en mi camino. Más tarde me tomaría una pastilla y le pondría hielo.

Presintiendo que hoy no sería mi día, me encerré en la cocina y para todo lo demás. El trabajo es salud, y por sobre todas las cosas, una muy buena distracción. Tomé el delantal y lo até con más fuerza de la debida en mi cintura.

Por primera vez, agradecí todo el trabajo que teníamos. Mis manos no dejaban de moverse, manteniendo mi mente enterrada en la masa de Brioche. Las chicas intentaron y fallaron al entablar conversación conmigo, socavarme qué me estaba sucediendo, pero mi respuesta era una sacudida de cabeza y un bajo murmullo: "Nada", por lo que terminaron por darse por vencidas y no pude estar más agradecida. No podía, y no quería decir nada.

Tiempo y Existencia. Enterrada por el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora