48. REALIDADES

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Aturdida, caminé hacia las puertas sintiendo mi corazón salirse con cada paso que daba. Me detuve en la acera sin saber para dónde partir. Un cosquilleo en mis dedos me hizo bajar la mirada a mi mano. Sentía una ausencia. Su ausencia. Necesitaba sentirle y saber que estaba bien.

Permanecí no sé cuánto tiempo allí de pie, con la gente llegando y saliendo con apremio del hospital en taxis, hasta que finalmente reaccioné. Me acerqué a uno de los coches del que salía un hombre ayudando a una mujer con una gigantesca panza. Su rostro sudado, colorado y arrugado en dolor me decía que estaba de parto. Se dirigieron al hospital, y una anciana tomada de la mano de un niño pequeño de cuatro años con rizos castaños cayendo por su frente, bajaron también y les siguieron.

Me metí dentro, y el taxista arrancó. Estacionó el coche frente a mi casa, y le pagué.

Mi mirada se posó en el bolso con mi abrigo encima, aún en el mismo lugar. Tomé una respiración temblorosa, y caminé a el. Lo tomé, y me dirigí a la casa.

La puerta estaba atravesada en horizontal por la mitad, con una cinta amarilla que decía "Prohibido pasar."

Suspiré. Ya no se sentía como mi casa, había sido ultrajada, invadida, destruida, sin lugar a los recuerdos. De un golpe arranqué la cinta, y entré.

La mesa de mamá estaba hecha añicos, cada pata apuntaba hacia fuera como si alguien hubiera impactado un fuerte peso sobre ella. En la pared donde antes estaba el espejo, había un rayón grueso rojo. Imágenes de Sisi luchando desesperada y asustada contra un desconocido, inundó mi mente.

Como si tuviera bloques de cemento en los pies, me arrastré a mi cuarto. El vidrio de mi ventana estaba reparado.

Pensar que la confundieron conmigo era lo peor. Si se la llevaron creyendo que era yo, cuando descubran que no lo es, ¿qué le harán? Sin fuerza dejé caer el bolso con la sangrienta respuesta flotando en mi cabeza.

Me detuve frente a mi escritorio mirando a mi patio. Estaba devastada, temerosa y sentía una terrible impotencia. Era culpable de todo. Impacté mi puño en la madera de la mesa, furiosa. Una mano invisible estrangulaba mi corazón formando un ocho. Todo lo que les había pasado, desde Sisi, Mika, Catriel, Sergio...Sebastian. Me dolía el alma.

Mi mentón golpeó mi pecho dejando que las lágrimas corrieran libres. El tac, tac suave de las lágrimas golpeando el escritorio, era el único sonido. Cuando los mocos comenzaron a bajar por mi nariz, saqué un paquete de pañuelos descartable del cajón, y me limpié. Me volteé, y mi corazón se saltó un latido.

Un sujeto se encontraba al otro lado del cuarto observándome.

-¡No, no, no, fuera!-el desespero en mi voz fue notoria. Mi mano fue hacia atrás tratando de tomar algo del escritorio para defenderme.

Me miró confundido.

-¿Van...?- mis dedos se cerraron alrededor de un lápiz, y lo apunté hacia .- Van...¿qué sucede?-volvió a hablar, y había algo en su voz. Algo que me resultaba familiar. La forma en que me hablaba, el tono de su voz. Mi brazo vaciló. Acercándose pasos cautelosos, dijo: - Bebé...¿qué sucede?-

-¿Se-Sebastian?- sus labios rellenos se torcieron en una sonrisa dándome la confirmación.

-Sí, soy yo. ¿Un tiempo separados, y ya no me reconoces?-

Solté el lápiz en el escritorio, exhalando aliviada.

-No te reconocí en ese cuerpo.-dije, y el arco de sus cejas se curvó ligeramente dándome una mirada confusa.

Deteniéndose frente a mí, dijo: -No he poseído ningún cuerpo.-

-Pero estás diferente.-

-¿A qué te refieres?- Realmente parecía no tener idea.

Tiempo y Existencia. Enterrada por el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora