40. LA PRUEBA DE FUEGO

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Siguiendo las direcciones de Sergio junto al GPS, fue imposible que nos perdiéramos, por lo que luego de veinticinco minutos de girar aquí y allá estábamos frente a la casa de estilo victoriano.

El muelle cortaba el camino. De cada lado de la calle había casas en el mismo estilo, pero la de nuestra derecha tenía cartel blanco estilo austral clavado en la tierra cerca del pórtico: "Hospedaje Rosas y Dulces. Bed and Breakfast" Pintado con una muy prolija letra cursiva marrón.

El mar delineaba la parcela de tierra rodeada de pinos y arbustos. La gigantesca montaña azulada con los picos cubiertos de nieve frente a nuestros ojos, era una postal que quisiera conservar para siempre.

-Aquí es.-dije, y bajamos. Con mi bolso en su mano, se detuvo a mi lado frente al sendero de piedras calizas. Durante un segundo nos quedamos mirando a la casa de madera.

Era una casona de dos pisos con un frontal de madera que se extendía todo a lo largo con ventanales enormes adornados con tulipanes amarillos, naranjas y rosas.

-Vamos.-dijo, y caminamos a ella. Subimos el pórtico, y abrí la puerta de cristal esmerilado.

Una vez dentro la calefacción nos golpeó. Lo primero que vimos al entrar fue la enorme escalinata que llevaba al piso de arriba. Junto a ella se abría una habitación con un gran sillón agradablemente mullido floreado frente a una tv de 29 pulgadas junto a una reconfortante chimenea que parecía ser un corriente en esta ciudad.

Del lado izquierdo, junto a una media pared divisoria donde el anciano cabeceaba durmiendo, se extendía a un gran salón comedor con una larga mesa con sillas revestidas, ocupando el mayor espacio. Las paredes estaban empapeladas en color crema a juego con el tono tostado claro del parqué y de la escalera.

Una anciana salió de un corredor de debajo de la escalera sacándose unos guantes de cocina grises. Llevaba un delantal amarillo patito sobre su swetter verde y falda gris. Cuando nos vio, su rostro, que me hacía acordar a la suave y amable cara de la abuela de caperucita roja, se iluminó. Apresurándose en sus tacones se nos acercó.

-Ah, Adam, mira, estos jovencitos.- el anciano parpadeó, y se acomodó en su silla aún medio dormido. - Buenas tardes...noches.- se rió de una forma tan agradable y suave que te sacaba una sonrisa. - Bienvenidos sean. Soy Rosa y él es mi marido, Adam. ¿Qué podemos hacer por ustedes?-

-Somos amigos de Sergio, nos dijo que tal vez tenían alguna habitación disponible.-habló Damrik.

-Sí, sí, mi queridísimo Sergio, cuánto lo extraño, díganle que se pase para un té que tengo una nueva receta con su licor. Así que, ¿cuánto tiempo?- preguntó guiándonos al escritorio. El marido abrió el libro de registro para nosotros y sacó una birome azul del lapicero a su derecha junto a un pequeño florero con un tulipán amarillo.

-¿Cómo?-pregunté sin comprender. Rodeó la mesa, y se detuvo junto a su marido.

-¿Hace cuánto que están casados?-

-¿Có-cómo?- me atraganté.

- Son nuevecitos, ¿verdad? - agregó con una sonrisa brillante.

-¿A qué se refiere?-preguntó Damrik.

-Ah, no se preocupen, no importa que sean recientes mientras estén casados, es suficiente.-

Al ver nuestros rostros perplejos y confusos, el anciano tomó parte, y explicó: -Sólo admitimos parejas casadas. - con su dedo índice arrugado y grueso señaló detrás nuestro. Nos giramos a medio voltear, y miramos a dónde apuntaba.

Una calcomanía de dos argollas doradas enlazadas, estaba pegada en el cristal del enorme ventanal con asientos empotrados y repletos de almohadones amarillos pastel. Debajo tenía escrito en letra elegante y cursiva: "NUPCIAS".

Tiempo y Existencia. Enterrada por el pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora