30. Del episodio 15 - Palabras de Derya, palabras de Sanem

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30. Palabras de Derya, palabras de Sanem.

-Esto no ha terminado, Fabri -vociferó Can a su espalda mientras subían los escalones de acceso a la casa-. Creéme, no ha acabado para nada -gritó Can cuando vio que Berkant desaparecía de su vista. Su hija no había dudado en correr hacia él. Tenía la seria sospecha de que algo se le estaba escapando. Que le fulminara un rayo si sabía en estos momentos de qué se trataba
-Yo creo que sí que ha acabado, Can.

...

Can desvió la mirada hacia la mujer que se había abrazado a su cuerpo. No vio a la mujer madura con sus cabellos morenos salpicados de hebras grises ni a la mujer con leves arrugas de expresión que comenzaban a aparecer en su tez que, en otro tiempo no muy lejano, era lisa y tersa. Él volvió a ver a la chiquilla que le miraba con ojos de adoración, volvió a sentir en sus brazos al abrazarla a la joven que temblaba, volvió a sumergirse en esos ojos de gacela que tanto adoraba y que habían supuesto su ruina como ente libre. Esa mujer, ahora con canas, con arrugas en la comisura de los labios y en los rabillos de los ojos, la mujer que le había dado tres hijos y que soportaba sus estallidos de furia controlada, la mujer de la que se había enamorado desde el primer día y que era la mujer de su vida.
-No, no ha terminado, Sanem. Ese chico me debe más de una explicación. Le prohibí expresamente que se acercara a Derya. Le dije que no le pusiera un dedo encima cuando me percaté de cómo la miraba. He sido consciente desde que le vi aparecer precedido de McKinnion cuando tenía dieciséis años que me iba a dar más de un dolor de cabeza. Por un tiempo pensé que eran imaginaciones mías, que por primera vez erraba cuando, tras mucho vigilarle, fui consciente de que él no la seguía con la vista cuando ella abandonaba la habitación como no podía dejar de hacer yo contigo.
Sanem le acarició el mentón cubierto por vello crespo y sonrió. En realidad, intentaba evitar soltar una carcajada. Berkant supo hacerlo muy bien. Vigilaba a Can más que a la propia Derya, pero, a ella... el pobre crío no la engañaba. Sentía cómo éste contenía la respiración cuando su niña aparecía, notaba su tensión cuando se le acercaba y era capaz de apreciar la vibración en el aire cuando estaban cerca el uno del otro, pero sobre todo notaba el anhelo en su mirada. Sabía lo que eso significaba porque había visto el mismo anhelo en Can infinidad de veces cuando regresó de aquel aciago año, anteriormente no había sido consciente de ello.
Un año que era mejor no recordar. Fue el año en el que se rompió en mil pedazos por su ausencia. Fue el año en el que literalmente se volvió loca. Poco a poco fue encontrando el camino para salir del pozo en el que había caído. Pese a toda la ayuda externa que tuvo, sólo ella fue capaz de salir de él recurriendo a técnicas que ella misma inventó para sí. Volcó en un libro su amor por Can. Dejó testimonio escrito de todo lo que no podía decir con palabras en sendos mensajes ahora perdidos en el mar porque, como decía en las páginas del libro y en aquellos trozos de papel arrancados de una libreta, él era todas sus palabras. Cuando él se fue, ella simplemente se perdió. Se convirtió en un jarrón roto cuyas piezas no encajaban entre sí a la hora de reconstruirlo. Ningún pegamento era capaz de unir esas piezas en las que se había convertido. Estaba perdida en un mundo de dolor constante, se sentía como si una parte de sí le faltara. Poco a poco comprendió que aquel cascarón vacío que era su pecho seguiría así por siempre y fue cuando tomó la decisión de recomponer el puzzle que era su vida aunque le faltaran las piezas del marco y las centrales.
Sintió el calor de los brazos de Can y la caricia de su mano en su mejilla y labios.
-Te has perdido en tu mundo.
-Sí, lo he hecho, ¿verdad?
-Lo has hecho. Y, por un momento, has evitado que siga pensando en darle matarile a ese desgraciado. Suerte ha tenido de escapar con vida.
Can se llevó la mano que acariciaba el rostro de su mujer a su propia cara y se frotó con ella la frente, la nariz y el mentón. Al llegar ahí tocó con el dorso los dedos de su mujer y aferró la mano femenina con la suya encerrándola en su puño, un puño cuyos nudillos estaban despellejados y sangrantes por la paliza que acababa de propinar a Berkant. A duras penas controlaba la ira que le embargaba. Con los años se había convertido en un experto, pero había momentos en que su genio dominaba la sensatez y estallaba. Ocurría pocas veces, pero ocurría. Hoy casi había sido uno de ellos. Ni siquiera se atrevía a poner en palabras lo que sabía que era cierto, lo que había visto con sus propios ojos en cuanto vio aparecer a Derya en la puerta de la cocina. En el primer nanosegundo se quedó paralizado, pero en el siguiente, al levantar la vista y ver a Berkant tras ella sumó rápidamente uno y uno y el resultado fue tres.
-¿Necesitas seguir golpeando algo o ya te has calmado lo suficiente para que la sangre deje de acudir a tu cerebro y se dirija a tu corazón? -Sanem intentó controlar de nuevo las carcajadas-. ¿Can? -preguntó al ver que no la miraba y ocultaba su faz bajo los movimientos casi espasmódicos de su mano.
-Estoy calmado. He mantenido (o al menos creo que lo he hecho) la calma en todo momento. Me he controlado en cada golpe. Buscaba precisión y molerle a palos y quería saber dónde golpeaba. No me iba a pasar como con Yiğit. No quería sobre mi conciencia nada parecido de nuevo.
Sanem se mordió el labio inferior y apoyó la cabeza sobre el pecho de Can, éste le dió un beso sobre la coronilla y el aroma que envolvía a su mujer se coló una vez más por sus fosas nasales. Fue percibir la fragancia y su mente voló a otros momentos. Algunos dulces, otros amargos, siempre Sanem en ellos. La estrechó aún más entre sus brazos y volvió a besarla en el mismo lugar. Sanem se movió y sonrió. Definitivamente era capaz de amansar a la fiera. Su hija le debía una, pero la iba a escuchar como nunca lo había hecho en el pasado. De no haber sido por la reacción violenta de Can, hubiera tenido que escuchar sus gritos. Pocas veces levantaba la voz. Para hacerse escuchar y dejar clara su postura no era necesario. Su mirada seria, su tono imperativo, su voz firme y sus palabras contundentes eran más que suficiente para tener controlados a sus hijos y que no se salieran del redil. Sabía que, en esta ocasión, tendría que escuchar antes de hablar, pero su hija la iba a oír.
Frotó la frente contra el cuello de Can. Sintió su aroma de sándalo y violeta en el perfume que usaba y que ella había creado especialmente para él hacía muchos años. Sintió sobre sus labios las gotas de sabor salado de su sudor que resbalaba desde su rostro y notó los latidos ya acompasados y controlados del corazón de su marido.
Lo besó en el cuello y mordió suavemente la zona de la clavícula, besó su hombro y finalmente el pectoral donde sabía sin género de duda que se hallaba el albatros que fue tatuado en su piel cuando sólo era un muchacho en busca de aventuras. Había estado en Las Galápagos con veintiséis años y con treinta dos la había llevado a ella mientras sus hijos iban creciendo por días en el interior de su cuerpo. Sanem volvió a sonreír y Can no pudo evitar hacer lo mismo. Otra vez la notaba perdida en sus pensamientos.
-No estás conmigo.
Sanem levantó el rostro hacia él.
-Huy, ya lo creo que lo estoy -dijo sonriendo.
Can bajó la mano y le pellizcó una nalga.
-Si estás conmigo no es en este momento en el que te encontrabas.
Sanem le dio un manotazo en la mano para que la apartara de su trasero y Can se mordió el labio en un intento de controlarse para no capturar los de la mujer entre los suyos.

RECUERDOS (¿Spin-off? de Erkenci Kus)Where stories live. Discover now