8. Del episodio 31 - Vestida para matar

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Me levanté muy temprano aquella mañana. Elegí a conciencia lo que me iba a poner. El amarillo no es que fuera el color favorito de Can. De hecho, no lo era en absoluto, así que, él daría por supuesto que había escogido ese color en concreto para impresionar a otro... que, a fin de cuentas, era lo que yo pretendía.
»Era un vestido por encima de las rodillas cortado a pico en el bajo de la falda. El escote era impresionante, casi me sentía desnuda. Pero... ¿no quería caldo? Pues le iba a largar la olla del puchero al completo.
»Me maquillé con especial cuidado para parecer natural y no una puerta y me eché una cantidad ingente de mi perfume. Sí, ése que lo vuelve loco. Iba a hacer que sus fosas nasales me recordaran por una semana.
»Me puse unos tacones de vértigo. Apenas si sé cómo pude bajar las escaleras de la casa de mi madre, cogí el abrigo más grueso porque fuera hacía un frío de impresión y me arropé con él. Igual acababa con pulmonía pero, por la leche que mamé de mi madre, que se iba a enterar de lo que valía un peine.
»No se podía ir con Polen a los Balcanes. Eso sólo pasaría por encima de mi cadáver. Sabía qué tecla tocarle, sabía muy bien cómo descentrarle y hacer que únicamente pensara en mí durante días.
»Una vez me retó a ir a la guerra. Pues la guerra era ahora.

...

No sabía qué iba a hacer con mi vida. Me encontraba en una encrucijada donde no sabía qué rumbo tomar. Aquella mañana me obligué a levantarme y a meterme en la ducha. Sólo podía pensar en ella. Si me iba, la perdía. Si me quedaba, me perdería yo. Es una sensación bien extraña la que siempre he sentido por tu madre, Ateş. Alguna vez, cuando llegue el momento y encuentres a la mujer que te está destinada, lo entenderás, hijo. Se te mete bajo la piel. Te inunda la cabeza y te levantas cada día con la esperanza de compartir con ella aunque sólo sea un instante.
»Llegué un poco tarde a la agencia. Me desvié de mi ruta, aparqué el coche en la calle trasera de donde vivían tus abuelos, me bajé y observé la entrada de la casa desde la esquina, había dirigido mi camino hacia la casa de tus abuelos maternos con la intención de verla salir de casa. Lo hizo, como cada mañana, acompañada de tu tía Leyla. Me fijé en que el abrigo que llevaba era demasiado grueso. Iba a coger el sarampión abrigada de aquella manera. Llevaba una bolsa de papel manila y me fijé en sus zapatos. ¡Menudos taconazos! ¿Ahora usaba tacones altos para ir a trabajar? ¿Desde cuándo?
»Me sentí un acosador siguiéndolas a distancia hasta que las vi subir al autobús. Fue entonces cuando me di la vuelta y regresé al coche. Si quería volver a verla aquella mañana, lo único que tendría que hacer sería bajar unos pocos escalones con cualquier ridícula excusa.
»Conduje en círculos. Necesitaba ordenar mis pensamientos antes de llegar al trabajo o el día entero sería un puto desastre. Estaba descentrado, no pensaba con claridad. No sabía lo que quería pero sí lo que necesitaba. Y la necesidad de ella se imponía a mi cordura.
»No recuerdo muy bien cómo llegué a la agencia. Lo que no puedo olvidar es el mazazo que sentí en la cabeza cuando la vi hablando con CeyCey vestida como iba. ¿Pretendía que me diera un infarto? Porque si eso era lo que buscaba, desde luego lo iba a conseguir. Ahora entendía la razón de aquel abrigo. Lo que llevaba puesto y un camisón de seda era lo mismo. No dejaba nada a la imaginación. El vestido aquel se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. Su firme trasero...
-Por favor, papá -interrumpió Ateş-, lo que menos me puede interesar es que me hables del trasero de mi madre. No sé si te das cuenta de que estás hablando precisamente de «mi» madre.
Can se echó a reír.
-Tienes toda la razón, hijo -acordó con Ateş-. Pero, es que no puedo evitarlo. Esa imagen es imposible de borrar.
-Te recuerdo que estuviste amnésico un tiempo según me han contado. ¿También la recordabas durante esos días?
Can demudó el semblante. Pensar en aquellos días... le llenaba de angustia. Ateş se dio cuenta y por eso desvió de nuevo la atención de Can hacia lo que le estaba contando.
-Saltémonos lo de su trasero y continúa. Una vez escuché a mamá hablar con Yildiz de ese momento y, la verdad, dista mucho de lo que ella cree que pasó.
Ateş comenzó a reír. Can buscó con su fiera mirada de león la de su hijo, frunció el ceño y se echó hacia delante. Apoyó los codos en las rodillas, unió las manos e instó a Ateş a que desembuchara.
Ateş, solamente, se encogió de hombros.
-Sí, bueno, tu madre tiene una imaginación muy efervescente. Sólo tienes que leer los libros que escribe. El primero, donde cuenta nuestra historia, está cargado de simbolismos que no todo el mundo entiende. La primera vez que comencé a leerlo, iba a paso de tortuga. Leía y releía las páginas hasta aprendérmelas de memoria y, por más que lo hacía, nunca llegaba a descifrar lo que ocultaban las líneas escritas. Tiene una manera muy sutil de ocultar sentimientos en lo que escribe. Jamás he visto nada igual. Su mente es digna de estudio. Ve cosas que los demás no vemos. Ella y tu tía Deren. Si por separado son brillantes... cuando se juntan... son impresionantes. Sule ha salido a su madre.
Can no se perdió la expresión que cruzó por el rostro de su hijo, una sonrisa inapreciable se instaló en sus labios bajo la espesa barba, ahora salpicada de canas, que lucía.
(¡Te atrapé!)
-En fin, como te iba diciendo... recuerdo que me levanté las gafas y me las puse sobre la frente como cuando veo u oigo algo que no me gusta y la miré de arriba a abajo. Pasé por su lado y murmuré: «¿Qué estás haciendo?» No sé si se lo decía a ella o me lo estaba diciendo a mí mismo. Fue entonces cuando ella giró la cabeza hacia CeyCey y, al hacerlo, una vaharada intensa de perfume me entró por las fosas nasales y me llegó hasta el cerebro. Estaba perdido. ¡Qué cabrona!
-¡Papá! Ese lenguaje, por favor.
-Lo siento, hijo, pero fue lo que pensé. Iba a ponerme de rodillas. Sabía que era eso lo que buscaba. Lo peor del caso es que lo iba a conseguir. Nunca he cruzado ese pasillo tan deprisa como aquel día. Tenía que encerrarme en mi despacho y lograr enfriarme como fuera. Pero, la muy canalla, me siguió después de unos minutos. Entró en el despacho con la excusa de que se había dejado algunos documentos allí.
»Yo estaba sentado tras el escritorio y ella se acercó con aquel andar insinuante. De haberlo podido hacer, me habría evaporado. No quería presenciar aquel espectáculo que me ofrecía.
»El sudor comenzó a recorrerme la espalda cuando se inclinó hacia a mí y, de nuevo, el fresco olor de su perfume me golpeó con fuerza. Mis ojos evitaron su mirada, pero mi vista se fue hacia el escote y se quedó prendida de aquel canalillo que me mostraba. No sé si aquello fue peor porque mi mente comenzó a volar y las preguntas que me asaltaban iban a acabar con mi cordura.
»¿Lleva sujetador? -recuerdo que pensé-. Me daba a mí que no. ¿Para quién demonios se ha vestido así? Para mí, no, seguro. Ella piensa que el amarillo no me gusta. Y era todo lo contrario. Tu madre y el amarillo. La primera vez que la vi llevaba una camiseta de ese color y fue mi perdición.

RECUERDOS (¿Spin-off? de Erkenci Kus)Where stories live. Discover now