I - Richard McCain

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El hombre se removió en el asiento con una mirada de terror en los ojos. Se había quedado pasmado ante la efigie del ser que, silencioso, merodeaba por los alrededores con cuchillo en mano.

Richard ni siquiera recordaba cómo era que había llegado hasta ahí. Lo último que le venía a la mente es que se había preparado para dormir y acababa de apagar las luces de su recámara. Aquella noche, no obstante, había sentido un estremecimiento sobrecogedor que no lo había abandonado sino hasta que se sintió vencido por el cansancio.

Hundido en un sueño pesado, el hombre sintió un dolor agudo en la cabeza, pero no había tenido tiempo para reaccionar.

Un baño de agua helada fue el método para devolverlo a la realidad de que yacía encadenado a una silla en medio de una bodega oscura y abandonada. El hedor que imperaba en la atmósfera lo hizo dar arcadas, pero dio su máximo esfuerzo por contenerse. No iba a vomitar con el pedazo de tela metido en su boca. Sentía un regusto amargo en el paladar; el trapo era grasiento y apestaba a inmundicia, pero no. Tenía que controlarse.

Un golpe a lo lejos lo hizo dar un respingo de terror, y ahí, ante él, un hombre comenzó a avanzar en su dirección con lentitud. Las gruesas botas de cuero resonaron en el suelo mientras la respiración de aquel demente se tornaba cada vez más vertiginosa y violenta.

De pronto, una voz se esparció por cada rincón, las luces se apagaron y ante él se proyectó una luz blanca que le dio paso a una imagen que él conocía de sobra. Era el rostro de Sharon, la pequeña que había encontrado a unas cuadras de su casa hacía casi diez años atrás. Si él no le hubiese arrebatado la vida en aquel páramo boscoso, Sharon estaría cumpliendo sus quince en ese año.

Aquella foto en donde sonreía luciendo sus perfectos rulos rubios había sido la elegida por la policía para distribuir a lo largo y ancho de la ciudad.

La niña había salido de casa sin decirle a nadie y, entre juegos y distracciones, sus pasos la condujeron al camino empedrado, en el cual Richard se había apoderado de ella cual monstruo, anegado por el deseo y por la necesidad de dar rienda suelta a sus más bajas perversiones.

—Fue la última —dijo aquella voz masculina. Richard movió la cabeza, el enmascarado se había ocultado en las sombras—. Pero no fue la única —concluyó la voz masculina.

El hombre movió la cabeza con desespero intentado decir algo, pero era inútil.

—Fue la última, ¿verdad, Richard?

Richard asintió de modo abrupto.

—¿Estás seguro de ello?

El hombre cubría su rostro con una máscara de tela oscura que solo permitía ver el fulgor azulado de unos ojos fríos como el hielo, ni siquiera se podía ver el color de su cabello ya que se encontraba oculto bajo la capucha de la sudadera negra. Corrió hasta él dándole una tremenda patada en la cara que lo hizo caer a un lado de modo estrepitoso. Al instante sintió el calor de su sangre llenándole la boca, que le dejó un sabor amargo y una sensación de picor en la garganta. Hizo lo posible por tragarlo y se quedó quieto en el suelo.

El proyector cambió la imagen, en esta ocasión mostraba el rostro sonriente de una pequeña de cabellos castaños y ondulados. La niña estaba montada en un caballito de madera y veía a la cámara con curiosidad y alegría. No era mayor de seis años.

Richard sintió que era jalado con brusquedad por el desconocido y colocado de nuevo frente a la pantalla. Se encontraba amarrado a la silla, como si esta no fuera otra cosa más que una extensión de su cuerpo. Amordazado y amarrado con fuerza, Richard se sabía a merced de aquel desquiciado. Sabía que iba a morir, y un miedo inenarrable se apoderó de él.

El diario perdido de Astaroth [Segunda parte de Holly]Where stories live. Discover now