PARTE III: AMISTADES PELIGROSAS

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Manejo por la carretera sin poder quitarme de la cabeza los rasgos de su cara, es una sobredosis de imágenes que he acumulado durante estas horas y que amenaza con apoderarse de mi estado permanente de falta de interés.

Es momento de poner límites a mi imaginación, al menos en lo que a Christopher se refiere, porque la atracción que tengo por él posiblemente sea un sentimiento de una sola vía. Ojalá se hubiera mostrado como un tarado, arrogante, presumido e inaccesible, así nada de lo sucedido me habría marcado como presiento que lo ha hecho.

Sin darme cuenta llego a mi casa diez minutos antes de lo que el GPS marcaba como mi hora de regreso. Eso puede significar que inconscientemente he apretado a fondo el acelerador más de una vez. Solo espero que ninguna prueba de eso llegue al correo electrónico de mi padre en los próximos días.

Estaciono en el garaje junto al jardín esperando que las chicas de servicio, a las que mi papá les paga más que nada para que le cuenten todo lo que hago, no me hayan escuchado y si lo hicieron, ojalá se apiaden de mí y no se lo mencionen cuando le den el resumen detallado de mis actividades semanales.

Isa y Olga son una suerte de espías de bajo presupuesto porque, aunque se llevan pésimo con la tecnología se dan modos para enterarse de todo lo que planeo hacer, incluso si solo lo estoy pensando. El jardín que está a espaldas de la casa es su punto ciego, por eso entrar y salir por ahí es mi mejor oportunidad para tener éxito robando el auto de mi papá.

Me quito los zapatos con mucho cuidado y entro a la casa por la puerta de la cocina que es la que menos ruido hace. Eso porque dos semanas atrás Mila y yo destrozamos el cable de la alarma en un accidente desafortunado pero conveniente. 

Abro la nevera y veo que me han dejado comida lista pero no tengo hambre. En su lugar lleno un vaso con agua y sin prender la luz subo muy despacio las escaleras hasta llegar a mi habitación. Cierro la puerta y me acuesto sobre la cama esperando que el sueño me encuentre otra vez.

Pongo a cargar mi teléfono y veo en la pantalla la notificación de que me ha llegado un mensaje directo de Instagram. Lo abro para saber de qué se trata porque el nombre de quien lo envía se me hace algo familiar.

«Hola, soy Arón primo de Mila. Acabo de llegar de viaje y no alcancé a verla. Me dijo que te encargó algo que trajo para mí. Quiero saber, ¿cuándo nos podemos encontrar?»

Con todo lo que pasó desde que me despedí de mi amiga se me había olvidado por completo que ella me pidió que me pusiera en contacto con su primo. Sin perder más tiempo respondo el mensaje.

«Hola Arón, estaba por escribirte. Ella me dijo que tienes clase en la USFQ en las mañanas, ¿te parece si nos vemos después del tercer periodo en la cafetería?»

«Está bien. te espero a la una de la tarde entonces», responde.

Otra vez estoy a oscuras intentando pasar de largo algunas ideas que amenazan mi paz. Siguiendo mi rutina me quito el maquillaje, cepillo mis dientes y mi cabello y me pongo la camiseta que uso para dormir, esa que tiene un pequeño agujero pero que me niego a desechar porque es lo único que me queda de un ex amor. Pasa cerca de media hora y yo continúo encontrando figuras en el techo sin lograr conciliar el sueño. No pienso seguir así toda la noche por lo que decido tomar una de las pastillas que tengo en la mesa junto a mi cama para poder relajarme y descansar.

Poco después mi celular empieza a sonar, es mi grupo de amigas. Evito contestarles porque cuando nos ponemos a mandar mensajes en la noche no paramos sino hasta la mañana del día siguiente. Además, siento que la droga empieza a hacer efecto y no quiero tener tiempo de pensar demasiado en lo que me pasó temprano y mucho menos contarles porque ahí sí que no pararía de analizar cada minuto que pasé con él.

A FUEGO (Última cita)Where stories live. Discover now