Las Minas de Moriä.

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-¿Estás bien? -me preguntó mi hermano cuando la nieve ya no caía sobre nuestras cabezas. Asentí-. ¿De verdad?

-Sí solo... Tengo un poco de frío.

-Dame tus manos -obedecí y las coloqué entre las suyas. Se las llevó a la boca y las calentó con su aliento haciendo que el frío que sentía desapareciera poco a poco-. ¿Mejor?

-Mucho. Gracias.

-Llevo queriendo preguntártelo desde que salimos. ¿Por qué te uniste a nosotros? No estás del todo preparada. Deberías haberte quedado en Rivendell.

-Si hubiera hecho caso a todos tus consejos no habría llegado a ser la mujer que soy ahora.

Aquel comentario pareció relajarle, porque descubrí una pequeña sonrisa en su rostro. Después miró al frente y se puso serio.

-¿No será por él, verdad?

Miré hacia donde se dirigía su mirada y comprendí su pregunta.

-Aunque no se hubiera presentado voluntario, habría seguido hasta aquí.

-Sabes que puedes volver.

-Sabes cómo soy. Seguiré hasta el final.

-Los muros de Moriä -escuchamos desde delante. Nos habíamos detenido y había hablado el enano, quien señalaba una pared desnuda. No había nada. Únicamente rocas y más rocas.

Gimli se acercó, tocó la pared con su hacha y habló de nuevo.

-Cerradas, las puertas de los enanos son invisibles.

-Cierto, Gimli -comentó el mago-. Ni sus artífices pueden encontrarlas si sus secretos caen en el olvido.

-¿Por qué no me sorprende? -escuché decir a Legolas. El enano gruñó al escuchar aquello.

Pasamos por el estrecho pasillo de rocas, entre las paredes el agua, hasta una pared en la que Gandalf se detuvo y empezó a tocar las rocas de la pared.

-Las puertas de Durin, señor de Moriä. Habla amigo y entra -leyó cuando la luna se reflejó en la roca y dejó ver un arco tallado con hierbas subiendo por unos pilares tallados.

-¿Qué significa eso? -preguntó Merry.

-Es muy sencillo -explicó el mago-. Si eres amigo di la contraseña y las puertas se abrirán.

Colocó su bastón en el centro de la puerta y dijo unas palabras, pero la pared siguió inmóvil. Dijo otra frase y tampoco ocurrió nada.

-No se mueve -observó Pippin.

Gandalf empujó la pared intentando que se moviera, pero nada. La pared era sólida y no se movió ni un centímetro.

-Hubo un tiempo en que conocía todas las fórmulas en lenguas de elfos, hombres y orcos -se quejó el mago.

-¿Qué vas a hacer entonces?

-Aporrear estas puertas con tu cabeza, Peregrín Tuk. Y si eso no funciona y consigo algo de paz sin preguntas manas, intentaré encontrar las palabras adecuadas.

Se pasó largo tiempo intentando averiguar las palabras que abrían la puerta, pero nada funcionaba. Me encontraba con Aragorn y Sam al lado del pony.

-Las minas no son lugar para un pony. Ni siquiera para uno tan valiente como este.

-Adiós, Bill -se despidió Sam.

Le quitamos la cabezada y las últimas bolsas.

-Vete, Bill -dijo Aragorn moviendo la cabeza del animal hacia el camino de vuelta-. Vete.

Cierto "Orejas Picudas"Where stories live. Discover now