Seguir adelante

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El rey de Gondor paseaba arriba y abajo por el pasillo de los aposentos. Estaba notablemente preocupado, y todos se daban cuenta de ello, pero nadie se atrevía a preguntarle a él o a su futura esposa.

Ayerin llevaba días sin salir de su habitación. Apenas comía y no dormía nada. Ningún habitantes de la torre lo sabía, pero la mujer se pasaba la noche entera llorando, pensando, en silencio, en aquello que había hecho mal para que el amor de su vida la hubiera tratado de esa manera.

Habían pasado 6 días desde que la capitana llegó tras su visita a Hobbiton, y el rey estaba cada vez más preocupado. Su hermana no salía del dormitorio, y sólo permitía que entrara, todos los días, la misma doncella, quien únicamente se asomaba ligeramente para introducir una bandeja de comida. El monarca estaba desesperado...

No lo soportó más. No podía... No podía saber que su propia hermana se encontraba en un estado semejante. Se acercó a la puerta, suspiró, y llamó suavemente con el puño.

-Hermana, soy yo -informó, esperando, aunque fuera una queja de que se marchara, pero le contestó el silencio-. Me gustaría hablar contigo -prosiguió, intentado escuchar algún sonido, por tenue que fuera, mas seguía sin recibir respuesta alguna-. ¿Puedo pasar? -El tono en el que formuló la pregunta fue casi de súplica.

Sujetó el picaporte, suspiró, y abrió la puerta. Se giró de espaldas al interior, procurándose de cerrar la puerta y que nadie que pasara por ahí pudiese verlos o escucharlos. Una vez se cercioró de que la puerta estaba cerradas, se dio la vuelta despacio, preparado para lo que pudiera ver.

Algo en su interior se quebró cuando vio la escena: era peor de lo que esperaba...

Papeles tirados por el suelo; un vestido sobre la cama, roto con una gran abertura desde el pecho hasta donde debía posicionarse la cadera, obra de un arma blanca; el espejo de cuerpo entero que había en un rincón estaba roto, y los cristales se encontraban esparcidos por el suelo, además de tener una daga clavada a la altura de la cabeza; el dosel de la cama se encontraba prácticamente arrancado de su estructura; las cortinas de la ventana estaban echadas, dando al dormitorio un aspecto especialmente lúgubre y temeroso...

Pero nada de ello era comparable a lo que dejó sin aliento al rey.

En un rincón, el más oscuro de la habitación, había una persona acurrucada sobre sí misma. Abrazaba sus piernas, formando una bola. Se encontraba de espaldas al resto del aposento. Se podía ver claramente cómo temblaba, y se escuchaba su respiración, fuerte e irregular. Aunque Aragorn no podía verlo, el pelo cubría su rostro, el cual se encontraba con unas ojeras descomunales, ojos rojos e hinchados por el incesante llanto, junto con una nariz ligeramente irritada y rojiza.

Aragorn titubeó, pero se fue acercándose con delicadeza a la persona, con el brazo extendido.

-¿Ayerin? -la llamó.

Asustada, la mujer se dio la vuelta con el miedo, sobresalto y confusión pintados en el rostro decaído. Su hermano se acercó despacio, con cierto temor de que, al mínimo toque ligeramente brusco, pudiera romperse su compostura, que en aquél momento parecía demasiado frágil para tratarse de ella.

Sus ojos se unieron mientras el monarca se arrodillaba frente al ser que más amaba en el mundo, por encima incluso de su propia vida. Colocó suavemente una mano sobre su hombro sin perder el contacto visual.

-Por favor, vete -suplicó la mujer entre nuevos sollozos que se atascaban en su garganta-. No... No quiero hacerte daño...

-No lo harás -contestó él, perplejo por su comentario-. Sé que no.

Cierto "Orejas Picudas"Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon