Salida de la aldea de Brie.

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Fuera llovía a cántaros y la posada estaba hasta arriba. Iba de un lado para otro con la bandeja y copas llenas o vacías para dejar en las mesas o la barra. Me encontraba limpiando unas jarras cuando la puerta se abrió.

-Disculpe...

El dueño de la posada, que era el único que sabía que "Trancos" era mi hermano y nos alojábamos ahí, se asomó y empezó a hablar, al parecer, con unos hobbits.

-Señor...

-Sotomonte.

¿Sotomonte? Vaya nombre. No hay Sotomontes en La Comarca desde hace siglos. No tengo tantos años, pero me documento bien.

Miré a mi hermano y asintió para mirar al señor "Sotomonte" mientras se sentaban en una mesa cerca de la chimenea.

Cogí unas jarras y las llevé a su mesa y les puse una a cada uno de los cuatro viajeros.

Al rato, uno se acercó a la barra y pidió una cerveza.

-Aquí tiene señor -dije entregándole una pinta. Miró la jarra con ojos desorbitados, la cogió y volvió a su mesa.

Después llegó su amigo y pidió otra pinta. Mientras la preparaba, escuché algo muy interesante...

-¿Bolsón? Yo conozco a un Bolsón -el mediano se giró hacia su mesa y yo miré en la dirección-. Bilbo Bolsón. Es primo mío. Primo segundo por parte de madre. Y primo tercero por parte de padre. El viejo Bilbo se lo ha dejado todo, ¿sabéis?

Mientras hablaba, el hobbit moreno se acercaba corriendo.

-Pippin... -lo agarró del brazo y lo giró, pero cayó al suelo, alargó la mano y vi como un anillo entraba en su dedo para colocarse y desaparecía ante los ojos de todos. Me giré hacia mi hermano y asentimos.

Me retiré para ir a la habitación. En las escaleras, vi cómo el mediano aparecía apoyado en la pata de una mesa y mi hermano lo agarraba del hombro y lo atraía hasta las escaleras. Subí rápidamente y me cambie de ropa. Tendríamos que partir dentro de poco.

Al terminar de vestirme, mientras me soltaba y peinaba un poco los cabellos, "Trancos" entró lanzando al hobbit al interior. El pequeño se levantó.

-¿Qué quiere usted? -no parecía tener miedo. Hablaba con voz firme.

-Más cautela. No llevas precisamente una baratija.

-No llevo nada -contestó atropelladamente. Empezaba a tener miedo. Lo notaba en su voz.

-Ya... -se acercó a las velas y las fue apagando-. Yo puedo evitar ser visto si lo deseo. Pero... ¿Desaparecer del todo? -se quitó la capucha que siempre llevaba puesta y enseñó su rostro al pequeño-. Un curioso don.

-¿Qué te había dicho? -hablé. Me miró y volvió a mirar al mediano.

-¿Quiénes son ustedes?

-¿Tienes miedo?

-Sí.

-No lo suficiente. Sé quién te persigue.

-¿Cuándo pensabas decírmelo? -inquirí.

Se oyeron ruidos desde la puerta, mi hermano se giró y sacó su espada, pero aparecieron los otros hobbits con un taburete, un candelabro encendido y enseñando los puños.

-Suéltalo. O te remato patas largas.

Bajó la espada y la enfundó.

-Tienes bravo corazón hobbit. Pero eso no te salvará. No debes esperar al mago, Frodo. Ya vienen.

-¿Quiénes? -pregunté ligeramente furiosa. Todos me miraron. Al parecer los pequeños no se habían percatado de mi presencia-. Tengo derecho a saberlo.

-Aún no.

-¿Porque soy pequeña? ¿Solo porque soy más pequeña que tú? Ellos son más jóvenes que yo y también tienen derecho a saberlo -señalaba a los hobbits con la mano extendida hacia ellos. Me acerqué a mi hermano y le susurré-. También es mi guerra. Por favor...

-Está bien... Pero en otro momento. Primero hay que distraerlos.

-Almohadas.

Dicho eso salí hacia la habitación de los hobbits y coloqué almohadas y cojines en el interior de las mantas de manera que pareciera que estuvieran durmiendo con la manta hasta la cabeza. Nadie en toda la posada me había visto nunca con el pelo suelto. Me hacía parecer otra persona. Y  esa era la idea. El dueño de la posada y el resto de inquilinos solo me habían visto con el moño deshecho con el que servía las copas, fregaba los platos y demás. Así que nadie sospechó.

Volví rápido al dormitorio y los medianos se habían quitado los chalecos y habían subido las mochilas que habían dejado abajo. Se presentaron. Cuando todos hubieron dicho sus nombres, me percaté de la hora.

-Debéis descansar.

-¿Y vosotros?

-No lo necesitamos tanto como vosotros -coloqué cojines en la cama para ellos y se metieron uno a uno entre las sábanas. Acabaron durmiéndose en cuanto tocaron la almohada con la cara. Todos estaban dentro menos Frodo-. ¿Te ocurre algo, joven Frodo?

-No tengo sueño.

-¿Estás seguro de que no necesitas descansar al menos? -negó con la cabeza-. Muy bien.

Se sentó en el borde de la cama y miró a mi hermano sentado en una silla, mirando la ventana. Yo me acomodé en un taburete y empecé a pulir nuestras espadas. Sí, yo también tengo espada.

Al rato se escucharon chillidos y los hobbits despertaron alarmados.

-¿Qué son? -preguntó Frodo.

-Antaño fueron hombres -contestó mi hermano. Por fin explicaba-. Grandes reyes de los hombres. Luego Sauron el impostor les entregó los nueve anillos de poder. Cegados por su codicia los aceptaron sin dudar. Han sucumbido uno a uno en la oscuridad. Ahora son esclavos de su voluntad. Son los Nazgûl. Espectros. Ni vivos ni muertos. En todo momento sienten la presencia del anillo. Son atraídos por su poder. Nunca dejarán de perseguirte.

Dejé la espada y lo miré.

-Así que es eso... -todos se giraron para verme-. Era eso de lo que tanto miedo tenías estas semanas. De eso... -miré por la ventana.

-Sí...

(A la mañana siguiente...)

Salimos temprano. Dejé una carta con mi renuncia y la salida en la barra de la taberna junto con el dinero de aquella última noche que habíamos pasado en la posada. Cogimos un pony y salimos hacia el bosque. Mi hermano nos guiaba, los hobbits detrás y yo la última para cerrar la tanda.

-¿A dónde nos llevas? -escuché desde delante.

-A la espesura -o no. Él los ayuda llevándonos con ella... (no la araña😅)

(...)

Cierto "Orejas Picudas"Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt