Capítulo 7

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Por medio de la pantalla oscura que acuna el código, consigo ver mi rostro acaecido por el sueño. Me acomodo las gafas y procuro concentrarme, estamos en el proyecto final y este no se va a realizar por obra y gracia de nuestro Señor.

—Señorita Torres —me sorprende el profesor, seguro ha notado que el sueño no me da rienda suelta para avanzar demasiado—, por favor permítame ver su primer sprite, me imagino que ya lo hizo.

—Claro —parpadeo en una pequeña repetición, en tanto que me salgo del código para ir a la página principal de Java. Un árbol austero y solitario aparece en la pantalla, es el inicio de mi pequeño juego de terror, la primer imagen con la que empieza una vez se inicie la partida.

El profesor Ramírez lo detalla cuidadosamente a la vez que asiente lentamente. Suspiro aliviada, parece que le agrada lo suficiente como para no quejarse.

—Excelente señorita Torres —se cruza de brazos, observándome—, a usted no solo se le dan bien los algoritmos, también dibuja muy bien.

—Gracias —"aunque prefiero los algoritmos"  me gustaría añadir, pero me limito a pensarlo.

—¿Y la señorita Forero?

—No me dijo que faltaría.

—Por favor dígale que envíe la excusa a mi correo esta noche, mañana tengo una diligencia y no habrá clases.

—No hay problema.

Sin Irma, el receso será desolado, lo preveo, por ello decido salir a tomar aire, me sentará bien. Afuera, veo a Bernardo caminando delante mío, en cuanto me ve, se dirige hacia mí.

—¿Irma te dejó sola hoy? —se burla ligeramente. El viento revuelve su cabello castaño.

—No vino —me encojo de hombros—, está molesta conmigo y por eso no me avisó.

—Ven y te invito una taza de chocolate ya que por fin te tengo media hora para mí.

Sonrío como respuesta a su propuesta, Bernardo es un chico apuesto y agradable, si no fuera tan intenso en ocasiones tal vez me agradaría más, por lo pronto, valoro cada cosa que hace por mí, aunque a veces parezca exagerado.

Como de costumbre, el vapor que emana el chocolate empaña los lentes de mis anteojos, así que opto por quitármelos y guardarlos en el estuche.

—¿Tienes planes para este fin de semana? —interroga Bernardo de repente; su forma de mirarme siempre me ha parecido algo molesta, quizá porque me ve como si fuera un trozo de carne.

—Programar, seguramente —cuando me animo a mirarlo, sus ojos están clavados en mí, es un poco perturbador—, o adelantar diseño de personajes secundarios. Tú seguramente estarás en alguna fiestecilla nocturna.

—Todo sería más divertido si estuvieras tú —con el pitillo, bebe un poco del jugo que ha pedido, como si aún no se enterara del horrible daño que esos objetos le hacen al planeta.

—Sabes que no me agradan mucho ese tipo de... cosas.

—Al menos deberías pensarlo, en mi compañía no te vas a aburrir.

—Cuidado y te caes del pedestal que te has creado.

—De aquí no me bajas ni tú, Lena —sonríe con un guiño.

🌎🌎🌎

Desde el interior del salón, me doy cuenta que llueve torrecialmente afuera; ya puedo sentir como voy a empaparme por la simple razón de no haber traído paraguas.

Alisto la maleta con premura y me despido del profesor antes de salir, a la vez que medito sobre lo triste que se ha sentido el día sin Irma; no soy sociable en lo absoluto, por lo que mis compañeros son solo sombras para mí y viceversa.

Una vez afuera, siento un par de gotas de lluvia caer sobre mí, antes de que un paraguas impida que me sigan tocando. Levanto la cabeza con sorpresa, mi padre está frente a mí.

—Seguro serás la mejor programadora del mundo, Lena —sus ojos grises me miran con cariño, ojalá siempre fuera así—, esa robot Sofía no se compara con lo que harás tú.

—Lo mío es la programación de videojuegos, no de robótica, pero gracias papá —bajo la mirada y emprendo la caminata, mi padre me acompaña.

—Eres una gran hija, y tu hermano también, de eso no me cabe ninguna duda —presiento un discurso que se avecina, solo que no pienso ilusionarme en vano esta vez—, pero este resentimiento que tengo no es algo que se vaya de la noche a la mañana. De todas formas, no pienso actuar de la misma manera en la que lo hizo tu madre, porque es precisamente eso lo que más me atormenta diariamente.

Me detengo precipitadamente y lo observo a la expectativa, ¿va a decirme lo que estoy sospechando?

—Así es, hija —expresa como si leyera mis pensamientos—, me voy. Y por favor no me odies por hacerlo, sé que Cristóbal y tú estarán mejor sin mí. No pretendo que arruines tu vida por mi culpa, solo espero que...  me perdones...

Mis ojos se cristalizan y es inevitable que me eche a llorar. Nos quedamos frente a frente sin decir una sola palabra, el tiempo transcurre con lentitud. La lluvia se detiene hasta casi desaparecer.

—Perdón hija, pero sé que cuidarán bien de ti.

Mi padre me abraza demasiado fuerte, incluso el bolso se resbala de mis hombros. Cierro la cremallera que al parecer se hallaba abierta, una vez que él se aparta de mí.

Veo como se aleja a paso decidido y me parece estar viviendo una pesadilla. Mis ojos se niegan a parar de llorar y, a pesar de que la lluvia es ahora apenas una brisa ligera, el frío de la noche me hiela el cuerpo y se me dificulta moverme.

—¿Por qué? —lanzo la pregunta al aire, dirigida a Dios, tal vez.

Sé que todo ocurre por algo, es lo que pienso, mas ello no quita que duela, que lastime. ¿Debería preguntarme por lo mal que hemos hecho Cristóbal y yo? Puede que seamos insuficientes. ¿Dios se equivoca? Siempre he creído que no, pero justo en este instante no puedo dejar de pensar en mí como si fuese justamente eso, un error.

La carretera se encuentra a mi izquierda, los autos pasan constantemente...

—No sabía que eras una chica suicida —me giro en dirección a la voz, ese cabello marrón y esos ojos cafés los conozco bien.

—Adrián... —sollozo con la voz rota, sin moverme una pulgada.

—Deberías dejarte llevar por el instinto y no por el impulso —lo veo frente a mí, levemente empapado—. ¿La chica de los ojos bonitos necesita un abrazo?

Mi llanto se reanuda en el momento en que sus brazos me aprisionan con cariño y calidez. Con algo de torpeza y buena parte de ansiedad, le devuelvo el abrazo; creo que me voy a romper en mil pedazos cuando me suelte.

Su aroma es suave y penetrante, su torso fuerte y su calor el necesario, es como si pudiera olvidar de un tirón la tristeza que antes se veía tan amenazante. Si siempre que me hallara triste me topara con un rincón como este, juro que no habría nostalgia alguna que pudiera romperme.

Cuando Adrián me suelta, se me escapa una pequeña queja que espero no haya notado; una sonrisa angelical se traza en sus labios.

—¿Qué haces aquí? Deberías estar en clase...

—¿Crees en el destino? —dice, tras unos segundos de silencio—. Si es así, sabrás a lo que me refiero cuando te diga que sentí la necesidad de verte. Además, creo recordar haber dicho que las clases no son lo mismo sin ti.

—Eres un sol —susurro sintiéndome repentinamente mejor.

—Espero que no sea sarcasmo —sonríe abiertamente y me derrito en silencio.

—Quizá solo un poco.

AdriánWhere stories live. Discover now