Capítulo 3

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El humo del chocolate empaña mis lentes en el momento en el que llevo la taza hasta mis labios para beber un sorbo. Absteniéndome de ser demasiado tosca en alguno de mis movimientos, limpio con sutileza cada vidrio de mis gafas.

Levanto la vista para encontrarme con los atractivos ojos cafés de Adrián, su asombro parece no querer abandonarlo.

—¿Qué sucede? —pregunto casi riéndome. Me hace gracia que me observe de ese modo.

—Aún no concibo la idea de que no te guste el café —parpadea un par de veces para luego sonreír ligeramente sorprendido.

—Nadie lo concibe —murmuro al tiempo que recorro el borde del vaso con el dedo índice. ¿Por qué a veces parezco tan extraña?

—No está mal —musita tras depositar el azúcar de dos sobrecitos en su café—. Es nuevo, mas no por eso malo. Seguro no eres la única pero si la primera que conozco y eso es... interesante.

Mis ojos se encuentran con los suyos y no quiero dejar de mirarlo. Es tan atrayente, tan mágico, tan único... ¿Por qué? ¡Y qué más da! Quizá solo deba disfrutar cada instante sin cuestionar tanto cada cosa.

—¿Sabías que los conejos tienen una visión de casi 360°? —interroga como si fuera algo casual.

—Wow, no lo sabía —respondo sintiéndome repentinamente más en confianza y visiblemente atraída por este tipo de conversación—, ¿tienen algún punto ciego?

—Uno muy pequeño, delante de su nariz. Creo que los conejos son animales realmente hermosos y a la vez poseen algo muy curioso.

—No sé mucho sobre los conejos, excepto mi extraña fobia y atracción por ellos al mismo tiempo —sonrío con cierta timidez.

—¿En serio? —me observa expectante, sin dejar de lado su estable gesto tranquilo y afable—, ¿por qué?

—No lo sé —culmino mi chocolate, estaba exquisito—, tal vez se deba a algunas películas de terror. Siento que los conejos pueden ser tan lindos y aterradores al mismo tiempo...

—Ya veo... ¿Sabes algo? Me sucede exactamente igual —sonríe, apoyando una mejilla sobre la palma de la mano. El sol ilumina sus ojos, aclarándolos con ingenio y embelleciéndolos aún más—, los conejos son casi la representación de un ángel caído.

—¿Crees en los ángeles caídos? —y esa soy yo, la que no hace tan frecuentemente una pregunta cotidiana porque lo mío es salirse de los esquemas. Sin embargo, él parece estar moldeado un poco a mi estilo, quizá por eso me he animado a cuestionar sin reparar tanto en primero meditarlo.

—Sí creo —responde sin dudas ni recelos—. Están entre nosotros, a lo mejor hemos visto alguno en cierta ocasión y no nos hemos dado cuenta. A decir verdad, hay infinitas situaciones en nuestro entorno que ignoramos, o sencillamente nos negamos a ver.

—¡Cierto! El mundo se está destruyendo frente a nosotros y simplemente dejamos que ocurra.

Adrián sonríe ante mi repentino desborde de efusividad. Le devuelvo el gesto algo avergonzada y mis mejillas arden.

—Pero una persona puede hacer la diferencia —su mirada se carga de intensidad, una que me habla en un lenguaje ajeno y no comprendo—. Albert Einstein lo dijo, "Todo es energía, y eso es todo lo que hay. Iguala tu frecuencia a la de la realidad que quieres y no podrás evitar tener esa realidad, no puede ser de otra manera. Esto no es filosofía, esto es física".

AdriánWhere stories live. Discover now