Capítulo 5

11 6 0
                                    

El tintineo armónico de varios pianos sonando a la vez, se oye en cuanto Irma y yo nos adentramos en el salón de música. Al fondo, una chica empieza a cantar con voz dulce, y el sonido de todos los pianos se disponen a acompañarla en un solo tempo.

Sin disimulo, recorro el salón con la vista. Tiene una apariencia sofisticada y armoniosa, tal vez demasiado formal. No hay adornos desmedidos pero sí bastantes pinturas referentes a la música, en especial al piano.

Todos los pianos son de cola, no hay un solo teclado, ¿cuánto costarán las clases aquí? De pronto, comienzo a sentirme nerviosa.

—Es un poco soso pero es lindo —comenta mi amiga, detallando el lugar con pericia. Sus ojos inquietos buscan a alguien en específico, y mis nervios se disparan aún más.

—Voy al baño —comunico con una segunda intención. Por suerte, Irma se dedica a asentir con indiferencia y no me queda más opción que ir sola en su búsqueda.

En un intento por beber agua del lavabo me mojo la blusa, claramente, la torpeza hará parte de mí hasta el fin de la existencia misma. Espero un momento con la intención de ganar tiempo, aunque lo que realmente estoy haciendo es perderlo, pues al final, voy a tener que salir y presenciar la misma situación, bien sea que espere cinco o diez minutos.

Respiro hondo y me dejo llevar por el repentino impulso que me ha alentado a salir. Camino de regreso al salón y noto que Irma está acompañada de alguien, un joven del que solo veo la espalda. Irma luce radiante y entusiasta, no hay duda de que es el joven por el que ha venido. Los nervios me atenazan, ¿es Adrián? Por lo poco que veo, podría ser pero también podría no ser. No quiero acercarme, no deseo descubrir quién es.

—¡Lena! —la voz de Irma atraviesa el lugar mientras sacude la mano para que la vea, como si no fuera lo bastante visible para mí. Me encojo en mi sitio con vergüenza, las personas nos dan un vistazo.

Doy zancadas largas en su encuentro para intentar culminar la atención que los demás han depositado en nosotras. Tengo la intención profunda de desaparecer por arte de magia, aunque sepa de antemano que no va a suceder.

Al alcanzarla, le doy mi mejor gesto de regaño y desagrado por lo que acaba de hacer. Ella sonríe con omisión.

—Mira, te presento a Adriano Muller, Adriano ella es mi amiga, Selena Torres.

Cuando el acompañante de mi amiga se da la vuelta, el aliento me abandona. Es él. Sonríe y extiende la mano hacia mí con cortesía, finge muy bien que no me conoce. Actúo de la misma forma aunque no creo que mi actuación se haya visto tan pulcra como la suya.

—Mucho gusto —de repente, siento que su francés se oye muy notorio, arrastra las palabras con la "g", algo muy característico en los franceses—, Irma me ha contado que aman el piano.

—Sí —miento con hipocresía y casi me siento sucia por el cinismo que delinea mi voz—, su sonido es armónico y casi celestial.

—Adriano es un experto en música —presume Irma como si hablara de ella misma—, sabe tocar guitarra, violín, arpa y además canta. ¡Es fabuloso! ¿no?

Merci —su mano rueda por su cabello, con lo que simula ser nervios o vergüenza; noto que tiene un mechón pintado de rubio.

Frunzo las cejas, ha debido pintárselo recientemente porque estoy segura de no haberlo visto de ese modo con anterioridad. ¿Acaso sabía que Irma y yo somos amigas? Es lo único que se me ocurre para que haya apenas aumentado una letra a su nombre y pintado un mechón de su cabello con la débil intención de no ser reconocido.

—Adriano... —musito. De pronto, el mal humor se apodera de mis entrañas, ni siquiera me siento tímida o algo similar—, es un buen nombre pero está lejos de ser espectacular... no me lo tome a mal, pero inscribirse a clases de piano solo por conocer esas siete letras, es casi demasiado.

AdriánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora