Capítulo 25

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Frente a mí, yace un hombre que desconozco completamente. Su sonrisa de medio lado y su ceño levemente fruncido me lo confirman, aunque no por eso deja de ser el sueño de cualquier mujer.

Mi cuerpo no ha parado de temblar ni un solo instante, luchando por no desvanecerse, en tanto que mi corazón se ha encogido hasta hacerse un ovillo dentro de mi pecho.

Por mi mente se precipitan todo tipo de recuerdos a su lado, desde que lo vi por primera vez, hasta el día de hoy.

Sus sonrisas, sus caricias, sus besos en la frente, sus palabras tiernas y profundas... ¿Tiene algún sentido lo que está ocurriendo?

—¿Por qué? —mi voz es apenas audible en el silencio de la noche.

Su sonrisa se hace más amplia y reconozco que se burla de mí en silencio. ¿Cuántas veces lo habrá hecho sin que me diera cuenta? ¿Cómo no me enteré antes de la oscuridad que emanaba su ser?

Todo era demasiado perfecto para ser cierto. ¿Por qué no lo premedité?

—¿Por qué? —repite, burlón—. Te diré por qué. Porque quise. Porque la vida en sí que ha creado el ser humano, es una montaña de acontecimientos monótonos, aburridos y predecibles de los que nunca quise hacer parte, y aun así, lo hice irremediablemente, pero al menos a mi manera.

De un tirón, de deshace de la pulsera dual, como si se tratara de una basura que ensucia su piel.

—Descubrí que la vida me daba asco desde que nadie tenía algo importante qué decir —continúa despreocupado—, todos corriendo tras de vidas que desprecian y no comprenden; en el mejor de los casos da mucha risa. Y las mujeres... El ser más hueco que haya podido conocer en toda mi vida.

>>Tuve el privilegio de haber nacido con el porte físico que le gustaría a cualquier mujer, y a las que no... No importa, nunca hubo mujer que pudiera resistirse a mí.

>>Para resumir las cosas, te diré que solo mataba mujeres por placer. También asesiné a un par de hombres, pero no era lo que me gustaba. Mujeres, todas bellas por fuera e insulsas por dentro, unas más que otras pero ninguna lo suficientemente buena como para que me apeteciera perdonarle la vida.

Adrián se aproxima al estante en el que reposa su Galaxy, y lo toma descuidadamente.

—A Daniela la degollé mientras lo hacíamos —explica, mostrándome una de las fotografías; su dialecto se ha vuelto una impertinencia indigna de ser escuchada—, era buena moviéndose en la cama, pero aparte de eso, no sabía hacer mucho más. Fue una de las primeras mujeres que me inspiraron a fotografiar, por eso le tengo cariño.

>>Con Lucía fue divertido mientras duró —muestra la siguiente fotografía—. Hablaba demasiado, tonterías a diestra y siniestra, sin embargo, tenía la capacidad de hacerme reír con cada ridiculez que decía. No me acosté con ella porque físicamente nunca me inspiró, así que solo la llevé hasta un callejón cuando me aburrí de su existencia y la golpeé fuertemente en la cabeza hasta morir. Fueron menos golpes de los que quizás imaginas, no quería arruinar tanto su rostro.

>>Oh, Claudia —pasa a la siguiente fotografía—, me tomó un poco de tiempo llevármela a la cama, pero nada que sobrepase mi paciencia. Siempre ruda y feminista, el cerebro le funcionaba menos de lo que tanto alardeaba. Después de conseguir lo que buscaba, la até a la cama de pies y manos y corté sus muñecas para que se desangrara. Las heridas fueron lo suficientemente amplias como para que perdiera pronto el conocimiento y su muerte no fue en absoluto dolorosa.

—¡Cállate, cállate! —aullo sacudiendo la cabeza con la vana intención de no escucharlo más.

La tristeza, la ira y el desconcierto se mezclan dentro de mi pecho en un revoltijo de sentimientos confusos. Me duele, me duele mucho todo lo que ha hecho, todo lo que me ha hecho. Aunque en algunos instantes de nuestra relación llegué a pensar que no todo sería perfecto, nunca imaginé que un caos como este podría presentarse.

AdriánWhere stories live. Discover now