Capítulo 24

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Las calles se ven increíblemente llamativas. Las luces parpadean glamurosas en la mayoría de los sitios por los que pasa el auto, y es inevitable no girar la vista en dirección a todas y cada una de ellas.

Las instalaciones se distribuyen por los faros, las ventanas, las paredes, postes de luz, a través de los árboles... También se ven figuras como renos, pingüinos, osos, Papá Noel y algunos más. La complejidad de cada decoración navideña hace que todo se vea cada vez más atractivo e innovador.

Como último y esencial acontecimiento en este día, se ve gente encendiendo velas por el día de la Virgen. Unas brillan dentro de faroles o bolsas de papel, otras luchan por no apagarse contra el viento intrépido que suele haber en la noche, principalmente, en zonas frías como Bogotá.

—El alumbrado está muy bonito este año —señala espontáneo el conductor—parece que la alcaldía se inspiró mucho más en el pueblo esta vez.

—Seguro que se inspiró —recalca Adrián, pero sé que lo hace con un doble sentido.

Por mi parte, continúo disfrutando del panorama en silencio. A pesar de la cantidad de luces, el cielo se encuentra tan despejado que se alcanzan a percibir un par de estrellas a la distancia. El recorrido en carro culmina, pero en la calle aún se puede sentir cierta calidez en el ambiente debido a la cantidad de gente que se pasea fuera de sus hogares.

—No me digas que alquilaste habitaciones en este hotel —comento, cuando veo que nos acercamos a un enorme hotel que se ve de todo menos barato.

—Así es —sonríe Adrián con picardía.

—Pero dijiste que no tienes suficiente dinero... —sin darme cuenta, hago un mohín de queja.

—Lo sé, y lo intenté... —me toma las manos suavemente luego de pararse frente a mí—, pero es que vi este hotel y... Sentí que lo merecías. Aunque tuve que limitar el plan de hoy para poder pagarlo.

Presiono los labios sin poder evitar sonreír de emoción. ¿Se puede ser más afortunada? Porque empiezo a sospechar que en este momento, soy la persona más afortunada del planeta Tierra.

Luego de haber recogido las llaves de la habitación, resolvemos quedarnos en el gran antejardín que posee el edificio, cerca de las piscinas. El hotel es enorme y hermoso, pero así mismo debe costar demasiado, por lo que no hay mucha gente hospedada en el, aunque sí la suficiente.

—Traje algunas velas —comenta Adrián, mostrándome tres velas de distintos colores—. Sé que no son suficientes, pero bastarán por ahora. Además de estos dos vinos y una pizza que no demoran en traer.

—Esos vinos se ven muy costosos —me siento apenada, aunque a mi novio parece no importarle en absoluto.

—Debes probarlos, aunque solo sea un poco —me omite—. Este es un Vino Rosado Lambrusco —me muestra una de las bebidas; la de color rosa, para luego continuar con la de color translúcido—, y este es un Mezcal Amores. Por lo general es bueno con carne o pescado pero creo que una pizza no estará tan mal.

—Es tan perfecto que quiero quejarme —resollo.

Al poco tiempo, aparece un hombre con una caja de pizza mediana. Formalmente nos desea una buena noche y en seguida se marcha.

Adrián y yo prendemos las velas, y tras colocarlas en un lugar seguro, nos sentamos en el suelo a comer. Es gracioso que nos quedemos en el antejardín del hotel cuando bien podríamos estar dentro de la gran comodidad que se nota que poseen las alcobas y demás, sin embargo, me gusta que el plan se torne de este modo tan disparatado y original a la vez, nos hace ser nosotros mismos y fomenta una relación muy única.

AdriánWhere stories live. Discover now