Capítulo 27

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— ¡¿Por qué?!— volvió a repetir

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— ¡¿Por qué?!— volvió a repetir.

Estaba consciente de que Macarena tenía que saberlo, pero de pronto, me volví cobarde y las piernas debajo de mi pantalón deportivo temblaron.

— Sólo…  ya… Es que ya no tengo nada que hacer aquí, tengo que volver a México— murmuré.

— ¿Cómo que no tienes nada que hacer aquí? ¿Yo estoy pintada? ¡Claro que tienes mucho qué hacer aquí! Se supone que viniste a pasar navidad conmigo, a estar juntas en año nuevo, ¿y dices que no tienes nada que hacer aquí?— explotó, con todas esas lágrimas corriendo por su rostro.

— Macarena, discúlpame— supliqué— pero entiéndeme, tengo que irme.

— ¡Es que no te entiendo! No logro comprenderte, ¿por qué?

Verla así, derramando lágrimas por mí era devastador, pero aun cuando estuviera enojada y no encontrará explicación a mi huida, era preferible que verla con el corazón roto, sin novio ni mejor amiga.

Pero ella tenía derecho a saber. Las lágrimas se me atoraron en la garganta y la voz no salió del nudo de ella, sólo abrí la boca, pero no hubo sonido alguno. Llamaron a la puerta y ninguna de las dos nos movimos, sólo mis ojos se dirigieron a la armazón de madera. Los golpes insistieron, Macarena se giró y fue a abrir dejándome colapsada por la persona que estaba del otro lado.

— Maca, ¿por qué lloras?— Santiago la miró preocupado, el rostro de Macarena estaba enrojecido y sus ojos no paraban de llorar. Ella se dio la vuelta sin contestarle y caminó de nuevo hasta mí, cuando Santiago me vio, llorando también, abrió sus ojos como platos y pensó lo peor— Macarena…

— ¡Dime por qué maldita sea te vas!
— el grito de ella lo interrumpió y allí Santiago pareció caer en la cuenta.

— ¿Te vas?— me preguntó y a su rostro asomó una expresión de dolor que lo desencajó por completo.

Ya no podía más, no lo soportaba. Sentía que me derrumbaría allí mismo tras la mirada de dolor de ambos, de dos personas que amaba bastante.

— Sí— obligué a mi garganta a abrirse de nuevo, sólo para contestarle a Santiago.

— ¿Por qué?— inquirió, desconcertado y cínico.

Gemí, incrédula, ¿él me preguntaba por qué? Moví la cabeza negativamente, lo odiaba— mi vuelo sale a las once. Perdóname Maca— tomé mi bolso y salí corriendo de allí, simplemente ya no podía soportarlo.

Corrí escaleras abajo y salí al exterior, no tenía dinero y la gente me regalaba miradas raras porque mi rostro estaba bañado en lágrimas. Había una persona que aún no había visto, una persona que debía enterarse de las razones de por qué me iba. Faltaba despedirme de mi mejor amigo, Stevan, me iba y lo llamé y le pedí que me recogiera, ya que yo no sabía dónde vivía y a los pocos minutos apareció en el parque en el que yo estaba sentada.

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