Falsa y pérfida eran sinónimos de mi nombre.
De todos los papeles que pude protagonizar, era dueña del único que todo el mundo en mi situación, rechazaría.
Lo peor era que esta no era una obra de teatro, cuyo objetivo es sólo representar, actuar y f...
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— En... mi.. amigo... que dejé en México— inventé.
— ¿Qué clase de amigo? Cualquiera podría enamorarse de un amigo— inquirió.
— Enamoramiento no Mau— especifiqué de nuevo, Santiago sólo se mantenía en silencio pero atento— y es... un amigo, ah… cercano y… — me estrujaba los sesos para poder seguir poniéndole palabras a mi mentira— y... a una amiga también le gusta, entonces...
— Tienes miedo de perder la amistad de tu amiga por haberte fijado en el mismo chico que ella— completó Mau.
— ¡Exacto!
— Bueno y, ¿quién se fijó primero en el chico?
— Ella— musité, con pesar.
— Pero tú ya te fuiste de México, ya no importa o ¿sí?— dijo Santiago, quien había estado como una estatua hasta ahora.
— Eh… — murmuré.
— Igual yo creo que lo hubieras hablado con tu amiga, en vez de especular tú sola las cosas y castigarte a ti misma— interrumpió Mau— digo, no era su novio y ella no era tu mejor amiga— se encogió de hombros.
Me solté a reír y ambos me miraron. Si Mau supiera a quién me refería ni siquiera haya dicho lo último— ¿que es gracioso?— preguntó Santiago.
— Nada, sólo que... nada— manoteé con la mano restándole importancia.
— ¡Mira Alejandra!— me dijo Mauricio— ¿Ese lugar no te parece ideal para una fotografía?— apuntó hacia un edificio a lado de un canal que se extendía magnífico por el este.
— Qué buen gusto tienes Mau— concorde— creo que le tomaré una.
Saqué con la mano libre la cámara de mi bolso y luego me quedé en silencio y sin actuar, tímida porque Mau aún mantenía su mano atada a la mía— Mauricio, creo que Ale necesita sus dos manos— farfulló molesto Santiago.
— Oh, cierto, discúlpame.— enrojeció un poco y soltó mi mano a la que inmediatamente le pegó el aire gélido del medio día. Le sonreí y apunte el lente de la cámara hacía el monumento y saqué la fotografía.
— Un fiore per la ragazza?— musitó alguien detrás de mí. Me giré y obtuve la imagen de una señora con un canasto de rosas rojas que le hablaba a Santiago, mientras que Mau estaba distraído mirando las palomas. Santiago me miró y luego me sonrió. Entonces miró de nuevo a la señora.
— Quanto costa una?— preguntó.
— Un euro— dijo la señora.
— Dammi uno— ella le acercó la canasta y Santiago escogió una rosa entre el puño y luego, sacó del bolsillo de su pantalón una pequeña moneda— ecco.— le dio la moneda y le sonrió.