Capítulo 12

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— En

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— En... mi.. amigo... que dejé en México— inventé.

— ¿Qué clase de amigo? Cualquiera podría enamorarse de un amigo— inquirió.

— Enamoramiento no Mau— especifiqué de nuevo, Santiago sólo se mantenía en silencio pero atento— y es... un amigo, ah… cercano y… — me estrujaba los sesos para poder seguir poniéndole palabras a mi mentira— y... a una amiga también le gusta, entonces...

— Tienes miedo de perder la amistad de tu amiga por haberte fijado en el mismo chico que ella— completó Mau.

— ¡Exacto!

— Bueno y, ¿quién se fijó primero en el chico?

— Ella— musité, con pesar.

— Pero tú ya te fuiste de México, ya no importa o ¿sí?— dijo Santiago, quien había estado como una estatua hasta ahora.

— Eh… — murmuré.

— Igual yo creo que lo hubieras hablado con tu amiga, en vez de especular tú sola las cosas y castigarte a ti misma— interrumpió Mau— digo, no era su novio y ella no era tu mejor amiga— se encogió de hombros.

Me solté a reír y ambos me miraron. Si Mau supiera a quién me refería ni siquiera haya dicho lo último— ¿que es gracioso?— preguntó Santiago.

— Nada, sólo que... nada— manoteé con la mano restándole importancia.

— ¡Mira Alejandra!— me dijo Mauricio—  ¿Ese lugar no te parece ideal para una fotografía?— apuntó hacia un edificio a lado de un canal que se extendía magnífico por el este.

— Qué buen gusto tienes Mau— concorde— creo que le tomaré una.

Saqué con la mano libre la cámara de mi bolso y luego me quedé en silencio y sin actuar, tímida porque Mau aún mantenía su mano atada a la mía— Mauricio, creo que Ale necesita sus dos manos— farfulló molesto Santiago.

— Oh, cierto, discúlpame.— enrojeció un poco y soltó mi mano a la que inmediatamente le pegó el aire gélido del medio día. Le sonreí y apunte el lente de la cámara hacía el monumento y saqué la fotografía.

— Un fiore per la ragazza?— musitó alguien detrás de mí. Me giré y obtuve la imagen de una señora con un canasto de rosas rojas que le hablaba a Santiago, mientras que Mau estaba distraído mirando las palomas. Santiago me miró y luego me sonrió. Entonces miró de nuevo a la señora.

— Quanto costa una?— preguntó.

— Un euro— dijo la señora.

— Dammi uno— ella le acercó la canasta y Santiago escogió una rosa entre el puño y luego, sacó del bolsillo de su pantalón una pequeña moneda— ecco.— le dio la moneda y le sonrió.

Manual de lo Prohibido Where stories live. Discover now