Capítulo 23

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Había estado la mayor parte del tiempo con ellos dos, y me había dado gusto la noticia de que ahora eran casi inseparables; sólo le faltaba a Mau decidir qué día le pediría que fuera su novia

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Había estado la mayor parte del tiempo con ellos dos, y me había dado gusto la noticia de que ahora eran casi inseparables; sólo le faltaba a Mau decidir qué día le pediría que fuera su novia. Salté de mi asiento al percatarme de la hora.

— Demonios, es tardísimo— dije, levantándome de la silla mientras que Mau y Rob me miraron confundidos.

— ¿Tarde para qué?— preguntó Mau.

— El viaje de Macarena, ¿recuerdan?— les había contado la historia a la hora de la comida, Rob me llenaba de consejos y Mau resultó ser unos excelentes oídos.

— Oh, verdad.

— Habla con ella Ale, una amistad se vuelve más sólida si ambas partes hablan de lo que les preocupa— me aconsejó Rob, como toda la tarde lo había estado haciendo. Era increíble cómo podía ella expresarse así, con tanta naturalidad, con tanta sabiduría; a pesar de que era menor que yo, sin duda era más madura, siempre lo he dicho.

— Gracias Rob. Espero tener el tiempo— miré el reloj— y si no me doy prisa, no podré despedirme.

— ¡Suerte!— agitó la mano cuando me dirigí a grandes zancadas a la puerta de salida.

— Hasta pronto, Alejandra— dijo Mau.

Salí dándoles una sonrisa y apresuré el paso hasta el edificio. Faltaban doce minutos para que las ocho y media se dieran, Macarena tenía que partir antes de las nueve. Mientras corría hacía mi destino, recordé a Santiago; él ya debería de estar allí, seguro. Eso hizo que mis pies disminuyeran su velocidad un poco. No quería llegar y toparme con la despedida amorosa entre ambos porque sabía muy doler, incluso pensarlo ya causaba una aguda sensación de malestar en el bien que me iba a corazón. Por primera vez utilicé el ascensor y llegué hasta el tercer piso en tres cuartos de minuto, dí grandes zancadas hasta el departamento 312 y abrí torpemente la puerta, esperando a que Macarena no se hubiese ido ya.

— ¡Maca lamento…!— mi frase se quedó inconclusa porque justo al abrir la puerta me encontré con la escena romántica que quería a toda costa evitar. La despedida amorosa entre Macarena y Santiago.

— ¡Alejandra! Qué bueno que llegaste antes de que partiera. Pensé que no vendrías— la broma no le salió como tal.

Se deshizo del abrazo de Santiago y se dirigió a mí para abrazarme. Algo del perfume de él aun había quedado impregnado en sus ropas y llegó hasta mi nariz de forma tenue. Intenté sonreír y poner buena cara, aun sintiendo los horripilantes deseos de estallar en berridos y dejar salir a borbotones las pesadas lágrimas que sentía que me empañaron ya la vista. Una gota de agua salada cayó al hombro de Macarena, una lágrima que no pude reprimir.

— Oh, Alejandra pero no llores, o me harás llorar a mí— su tono de voz se tornó cálido y tierno, como siempre había sido.

Ella creía que yo lloraba por su viaje. Era un buen pretexto, pero me sentía mal porque no era cierto. La verdad era que si sentía dolor, pero era uno propio del corazón, causado por la demostración de afecto entre ellos dos. Sonreí, esperando que no fuera muy evidente lo falso en ella.

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