Capítulo 25

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Pero de pronto, una voz en mi cabeza me preguntó escandalizada que qué estaba ocurriendo y me ordenó severa que parara

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Pero de pronto, una voz en mi cabeza me preguntó escandalizada que qué estaba ocurriendo y me ordenó severa que parara.

— ¡No!— jadeé, apartando su rostro del mío.

La respiración estaba acelerada y el puñado de mariposas volaban desquiciadamente en mi estómago. Miré con el pánico pintado en los ojos el rostro prohibido que acababa de besar y la culpa me revolvió el estómago; aventé su cuerpo lejos del mío y me llevé las sábanas hasta la cabeza, cubriéndome completamente.

— Lo siento— susurró.

— Vete— alcancé a decir, con un hilo de voz.

Oí después el sonido de la puerta al cerrar y el silencio me hizo derramar algunas lágrimas. Eso había estado mal, muy mal. La que tuvo que haberse disculpado tenía que haber sido yo. Yo fui quien aferró su rostro al mío, quién anhelo ese beso, yo, yo, yo… traidora era mi segundo nombre.

La culpa que sentía en ese momento era inexplicable; parecía como si los órganos dentro de mi cuerpo se hubiesen vuelto pesados y luego desaparecieran dejando un vacío completamente abrumador. Había tocado fondo. Estaba ebria, pero por supuesto, aún me quedaba una pizca de cordura. El corazón hecho pedazos debajo de mi pecho, me dolía de la inmensa culpa que estaba sintiendo y era como si trajera un espina clavada en mi bombeador de sangre. Cada latido era una oleada más fuerte de dolor y el mar que pertenecían aquellas olas llevaba nombre propio: Macarena.

Stevan me lo había advertido, "nada estúpido" me había dicho y yo, iba con un letrero de 'estúpida' pintado en la frente. Seguro Stevan me mataría, pero aquello era lo mejor, yo merecía morir como mínimo ó con menos dramatismo, irme de la vida de Macarena.

La hora de partida había llegado, yo tenía que irme en cuanto tuviera la oportunidad, tomar el primer avión a México o cualquier otro medio que me ofreciera alejarme de aquí.

La cabeza comenzó a punzar de dolor y con el estómago revuelto aun, me levanté de la cama y visualicé rápidamente el baño, a donde corrí y en el que devolví lo último que había tocado mi estómago. Luego de que quedé vacía, lavé mi cara y me dejé caer sobre el azulejo blanco del piso, sintiendo su frío contacto con mi piel y allí, hecha un ovillo de hilo en el suelo, perdí la conciencia de nuevo. Al abrir los ojos, el dolor de cabeza taladró con intensidad mi cráneo, haciéndome cerrarlos de nuevo. Traté de abrirlos otra vez, poco a poco, y la luz clara del día me los encandiló a tal grado que el dolor agudizó. Tenía un recuerdo vano del día anterior y entre más me esforzaba en ordenar el desorden en mi cabeza, más me dolía. El bar, el espejo, Santiago, su Hybrid, el beso… ¡Macarena!

Tan pronto como le encontré sentido a esas palabras, el recuerdo llegó a mi mente. Me levanté sobresaltada y visualicé después de unos segundos una habitación. No era mía, de eso estaba segura; había una guitarra negra y el decorado del cuarto era en color azul de diferentes tonos. Esta era la habitación de un hombre y el único que me venía a la mente era Santiago.

Manual de lo Prohibido Where stories live. Discover now