Capítulo 18

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Nos preparamos para sublevarnos El Pésaj en el barracón

El levantamiento de Treblinka

Como ya se ha dicho, en la última época los trabajadores hemos permanecido más tiempo juntos y eso ha sido para nosotros una gran ventaja. Por esta circunstancia hemos tenido la oportunidad de entrar en contacto. Adquirimos un poco de confianza y comenzamos a hablar de la posibilidad de escapar de allí. Sabemos que es una empresa difícil e incluso tenemos miedo de hablar de eso entre nosotros por temor a las delaciones. A pesar de no contar con ninguna arma, planeamos distintas cosas. Nuestras conversaciones se desarrollan en un rincón y siempre hay apostado uno de nuestros compañeros para vigilar si alguno de los asesinos entra en el barracón.

En enero de 1943 traen con nosotros a quince trabajadores del primer campo. A menudo ocurre que, en vez de fusilarlos en el primer campo, los traen para trabajar con los cadáveres, porque no hay gran diferencia..., es seguro que morirán. Entre los quince trabajadores nuevos hay dos, Adolf, un viejo marinero, y Zelo Bloch, un judío exoficial del ejército checo, con los cuales, tras unos días, nos hacemos amigos. Nos cuentan que en el primer campo planean un levantamiento. Allí hay más posibilidades, porque en ese lugar hay un depósito de armamento. Hablan de hacer una copia de la llave y sacar de allí armas. Los dos son muy enérgicos, fiables y honestos. Nos consuelan y se entregan con ímpetu al trabajo. Tratamos de establecer algún contacto con el primer campo. Es muy difícil pero, no obstante, aprovechamos el hecho de que algunos de nosotros trabajan en la «manguera» limpiando la sangre de los asesinados. El camino de la «manguera» se extiende hasta el límite con el primer campo y allí se reúnen nuestros hombres con los trabajadores que cumplen tareas similares de ese lado. Logramos comunicarnos con ellos, a pesar de que nos vigilan un SS y un ucraniano.

La comunicación se establece de la siguiente manera: un compañero habla aparentemente con otro en voz alta. Los hombres del primer campo que trabajan cerca de nosotros escuchan la conversación y responden del mismo modo, con una conversación entre sí. Los asesinos siempre prestan mucha atención a que no hablemos entre nosotros. Recuerdo un caso: tras mucho esfuerzo logramos que el comandante del campo autorizara un encuentro de varios de nuestros compañeros que tienen hermanos en el primer campo. Da su consentimiento con la advertencia de que solo podrán preguntarse cómo están. De trabajo no pueden hablar ni tampoco contar en qué consiste. El encuentro se lleva a cabo en el primer campo, y el tiempo autorizado para la charla es de cinco minutos.

Nuestros compañeros volvieron contentos: a pesar de que entre ellos había un SS


y de que debían hablar en alemán, lograron traer algunas importantes novedades. La principal era que en el primer campo ya se habían apoderado de una llave del depósito de armas y en breve iban a tratar de liberarse.

Nuestra alegría es indescriptible. Los despojos humanos que éramos cobramos nuevas fuerzas y todos queríamos creer que tendríamos éxito.

Mientras tanto, el trabajo continúa. Traen con nosotros, de un transporte de Bialystok, a quince mujeres judías. Parte de ellas debe trabajar en la cocina, otra es asignada a la lavandería que han construido especialmente. Las condiciones de higiene, en cierta medida, han mejorado; ordenan darnos todas las semanas una camisa nueva y, además, todos los domingos recibimos agua caliente para lavarnos. Estamos un poco más aliviados. Al mismo tiempo, construyen un excusado al que es asignado especialmente un trabajador llamado Szwer, ingeniero de profesión. Le ordenan vestirse de manera especial; debe tener el aspecto de un payaso. Tiene que llevar un bonete en la cabeza y una chaqueta larga como la de un rabino, un echarpe rojo, un bastón negro en la mano y, colgando alrededor del cuello, un reloj despertador. Este «cuidador del excusado» recibe la orden de que nadie puede demorarse más de dos minutos en él. En caso de que alguien permanezca allí más tiempo, será azotado. El comandante del campo se esconde a menudo en un rincón para ver cuánto tiempo se queda la gente en el excusado y si el cuidador deja entrar solo a quienes tienen número. Hacía falta conseguir números especiales para entrar en el excusado y con mucha frecuencia sucedía que los asesinos no querían repartirlos. Uno podía reventar y en lugar de un número a menudo recibía latigazos.

TreblinkaWhere stories live. Discover now