Capítulo 6

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Trabajo como peluquero El vestido de mi hermana

El último deseo de una anciana judía

La risa de una muchacha de dieciocho años Cantamos una canción

A las cinco de la madrugada nos despierta la alarma y nos arranca del sueño. Marchamos hacia la cocina. Cada uno recibe café con pan y, a las seis, al trabajo. Me entero de que hay distintos grupos de clasificadores. Cada grupo se forma por separado y tras el recuento del total, que supera las setecientas personas, cada grupo es conducido, detrás de su kapo, con el jefe de grupo a la cabeza, al trabajo.

Me dan la misma tarea de clasificación de ropa que el día anterior. Encuentro el vestido de mi hermana. Lo agarro. Me detengo un par de minutos y lo miro por todos lados. Se lo muestro a mi vecino. Él también se detiene un rato y se compadece, luego me grita:

—Olvídalo, porque ¿qué se puede hacer? Nuestro destino es así de sombrío. Pero piensa que por eso puedes recibir latigazos.

Arranco un trozo del vestido y me lo meto en el bolsillo (lo tuve conmigo diez meses, todo el tiempo que estuve en Treblinka).

El reloj da las ocho de la mañana. El jefe de grupo grita: «¡Peluqueros!».

Todos los peluqueros, diez hombres, cinco mayores y nosotros, los cinco jóvenes, nos situamos junto a él. Pregunta si todos tenemos tijera (nos hemos procurado una) y nos lleva a las tristes cámaras de gas que transforman a los vivos en muertos.

Nos hace entrar en la primera sala, que da al corredor y al exterior. Es un hermoso día de verano. Los rayos del sol penetran por las ventanas hasta nosotros. Hay allí ordenados en círculo varios bancos y, junto a ellos, una decena de maletas.

El asesino ordena que ocupemos nuestros lugares. Cada uno se coloca detrás de una maleta. Alrededor de nosotros aparece un grupo de ucranianos con látigos en las manos y fusiles al hombro. Permanecemos quietos un rato. Entra el comandante de Treblinka, un nazi alto y gordo de unos cincuenta años, y nos da una orden: debemos trabajar rápido. El pelo debe cortarse en cinco cortes. Tenemos que prestar mucha atención a que el cabello no caiga en el suelo y las maletas deben quedar llenas. Completa su orden:

—¡Si no, recibiréis latigazos, malditos perros!

Nos quedamos como congelados. Pasan unos minutos y se oyen gritos lastimeros. Aparecen mujeres desnudas. Fuera, en el corredor, hay un asesino e indica que todas deben entrar corriendo hasta nosotros. Son golpeadas salvajemente y empujadas con gritos: «¡Más rápido! ¡Más rápido!».


Miro a las víctimas con los ojos desorbitados y no puedo creer lo que veo. Cada mujer se sienta ante un peluquero. Ante mí se sienta una mujer joven. Mis manos están paralizadas y no puedo mover los dedos. Las mujeres están sentadas en frente de nosotros, y esperan a que les cortemos el cabello y su llanto es terrible y doloroso.

TreblinkaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum