Capítulo 17

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Era un día caluroso...

«Morralla» Mijaíl e Iván

Era un día caluroso. Al campo regresaron algunos SS que habían partido de permiso catorce días antes. Debido a su difícil trabajo, los asesinos reciben seis semanas de permiso cada veinticuatro días. Cuando se iban de permiso vestían ropa civil y dejaban sus sagrados uniformes en el campo. Cuando regresaban de su «cura de reposo» estaban enojados. Una vez oímos una conversación en la que uno le contaba a otro que la ciudad de la que venía era bombardeada noche y día y había numerosas víctimas por las incursiones aéreas. Notamos que los asesinos que regresan de su permiso tienen mal aspecto. Pareciera que en su patria no pueden darse la misma vida que en Treblinka. Allí en Treblinka pueden darse todos los gustos, porque no les falta dinero; cada víctima que llega trata de traer algo para salvarse.

Hoy es un día muy duro. El oficial de las SS Hanke, a quien llamamos «el Azotador» porque es un especialista en golpes, está de muy mal humor. Su compañero Loeffler, un Unterscharführer, tampoco se queda atrás. Tiene unos ojos temibles y tenemos pavor de que su mirada se pose sobre alguno de nosotros, porque entonces estará perdido. Aunque están cansados del viaje, nos golpean salvajemente.

Recuerdo una vez en que dos prisioneros se distrajeron y extendieron sobre la camilla, en vez de un cadáver de adulto, los de tres niños pequeños. El Unterscharführer Loeffler los detuvo y los llenó de azotes mientras gritaba:

—Perros, ¿por qué lleváis morralla? (Así llaman a los niños pequeños).

Los que cargaban «morralla» tenían que volver corriendo y traer un cadáver grande.

En un día así de caluroso los sirvientes ucranianos se sienten bien. Manejan sus látigos a diestro y siniestro. Mijaíl e Iván, que trabajan como maquinistas del motor que produce el gas que entra en las cámaras y se ocupan también del generador que da electricidad a Treblinka, se sienten felices. Iván tiene unos veinticinco años y el aspecto de un caballo grande y saludable. Se pone contento cuando tiene la oportunidad de descargar su energía en los trabajadores. Cada tanto le gusta agarrar un cuchillo afilado, detener a un prisionero que pasa corriendo y cortarle una oreja. Brota la sangre, el trabajador grita y debe seguir corriendo con la camilla. Iván espera tranquilo a que el trabajador regrese corriendo, le ordena dejar la camilla, desvestirse y bajar a la fosa, donde le dispara.

Una vez Iván vino con un atizador al pozo donde yo estaba con otro dentista llamado Finkelstein, lavando dientes. Le ordenó a Finkelstein que se tendiera en el suelo y le perforó el trasero con el hierro. Era tomado como una broma. El pobre


desgraciado ni siquiera gritó, apenas gimió. Iván reía y gritaba: «¡Quédate quieto o te disparo!».

Entre los fieles sirvientes ucranianos había muchos de estos heroicos asesinos. Tengo grabado en la memoria al ucraniano que llamábamos «Zig Zag», porque cuando golpeaba gritaba constantemente: «¡Zigzag!». Tiene un látigo especial que es más largo que los demás. «Zig Zag» hoy está de guardia. Tiene privilegios especiales. Elige hacer guardia especialmente junto al portón. Allí el paso es más angosto y le es más fácil golpear, porque tiene a todo el mundo bajo su mirada y es imposible evitarlo. «Zig Zag» es brutal. De su rostro endemoniado emana el odio. Los prisioneros lloran y él golpea. En tales oportunidades el doctor Zimerman, que sabe hablar ruso, trata de distraerlo un poco para que deje de golpearnos.

Después de aquella tortura, Finkelstein tuvo que levantarse y retomar el trabajo. Era una persona joven y fuerte, y el doctor Zimerman, a la primera oportunidad que tuvo, le lavó la herida y la vendó. La herida sanó y Finkelstein vivió hasta que se produjo la revuelta.

TreblinkaWhere stories live. Discover now