Capítulo 11

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Ingreso en el comando de «dentistas» Cuarenta y ocho horas en las cámaras de gas

La loca carrera antes y después del exterminio de las víctimas La técnica del trabajo «odontológico»

Recibo azotes por pasar por alto un cadáver con dientes de oro

Después de trabajar durante cuatro semanas como acarreador, logro ingresar en el comando de los «dentistas». Eran diecinueve dentistas y yo fui el número veinte.

El comandante del campo de exterminio, Matthias, regresó de un permiso y cuando constató, durante el recuento, que en el grupo de los dentistas había diecinueve hombres, ordenó al kapo de los dentistas, el doctor Zimerman, un conocido mío, que completara el comando hasta veinte. Eso sucedió aproximadamente el 3 de noviembre. Los transportes en ese entonces habían vuelto a incrementarse e hicieron falta más dentistas. Cuando el doctor Zimerman anunció que buscaba un «dentista», di un paso al frente e informé de que yo lo era. Otras personas dijeron lo mismo, pero el doctor Zimerman me escogió a mí y me incorporó en su grupo.

Marchamos hacia el trabajo.

En el edificio de las tres cámaras de gas pequeñas había anexada una cabaña de madera, a la que se accedía a través del corredor que conducía a las cámaras. En la cabaña había una larga mesa en la que trabajaban los dentistas. En un rincón de la cabaña había una caja cerrada en el que se guardaba el oro y el platino de los dientes, así como también brillantes que a veces encontraban en las coronas, y dinero y joyas que hallaban debajo de los vendajes de los cuerpos desnudos, así como también en la vagina de las mujeres. La caja la vaciaban una vez por semana Matthias o Karl Petzinger, su segundo. Junto a la mesa había largos bancos sobre los que nos sentábamos muy apretados para hacer nuestro trabajo. Sobre la mesa estaban los recipientes con los dientes extraídos y había distintos instrumentos odontológicos.

Nuestro trabajo consistía en limpiar y separar raspando el metal de los empastes y de los dientes naturales. Un trabajo especial consistía en la separación de los puentes, limpiar y clasificar los dientes postizos. Para eso se usaba un soplete que liberaba los dientes de sus encastres. Los «dentistas» estaban divididos en grupos especiales. Cinco hombres trabajaban con los dientes postizos blancos, una parte con los dientes de metal, y dos especialistas se ocupaban de clasificar los metales, en especial oro blanco, platino y metales comunes. Los «dentistas» trabajaban bajo la dirección del doctor Zimerman, que era una persona respetable. Algunos alemanes recurrían a él cuando tenían que resolver algún asunto especial.

Antes de irse de permiso venían a elegir un par de piedras preciosas, también se


llevaban moneda extranjera.

En la cabaña había un hornillo. En una pared había dos ventanitas que daban al terreno que estaba delante del edificio con las diez cámaras de gas. Una vez que habían hecho pasar a un transporte y se habían abierto las puertas de las cámaras, los alemanes nos golpeaban en la ventana: «Dentistas afuera». Dependiendo del tamaño del transporte, salían entonces al trabajo uno o más grupos de seis hombres, que se colocaban con tenazas en el camino que conducía de la rampa a una o varias de las fosas comunes. (Cuando empezaron a quemar los cadáveres, los llevaban al horno).

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