Epílogo.

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Raquel gimió en voz baja antes de toser, sin fuerza alguna, y recobrar el sentido en aquel sofá al cual no recordaba haber llegado. Una gruesa manta la cubría al completo, haciendo que ese pequeño sueño hubiese sido del todo placentero. Su cuerpo se había aclimatado a la temperatura que la tela le proporcionaba, así que frunció el ceño cuando sus músculos parecieron resentirse ante el movimiento.

Entonces notó el motivo de su despertar repentino. La vibración que se perdía bajo su cazadora y que le hacía unas suaves cosquillas en las costillas. Allí, en el salón de Sergio, las luces se habían apagado, él había desaparecido y ella se sentía como una completa gilipollas a la que habían vuelto a engañar en su propia cara. Con enfado, tiró a un lado la manta hasta dar con el móvil y cesar de una vez esa molesta vibración.

-Murillo.-carraspeó al sentir su propia voz lejana a ella, más ronca de lo normal.

Sin embargo, su cabeza no dejaba de analizar la situación, así como sus ojos cargados de ira no paraban de escrutar lo que aquella oscuridad conocida le dejaba adivinar. No entendía por qué Sergio iba a dejarla en aquel preciso lugar, descansando, cuando solo necesitaba decir una palabra para tener infinidad de policías corriendo hacia la mansión con la intención de organizar una redada, y en lugar de eso, una vez más decidió omitir información.

-Raquel, ¿se puede saber dónde has estado metida todo este tiempo?-Ángel parecía molesto, cosa que entendía a la perfección pues ella debía de haberse ocupado del caso en lugar de jugar al ratón y al gato con el psicólogo, sobre todo si éste había conseguido deshacerse de ella con tanta facilidad. Sintió que la gravedad terrestre perdía importancia y que su persona se materializaba en finas motas de polvo hasta terminar perdida por el cosmos, cualquier cosa mejor que estar en su situación. Quería llorar, meterse en su cama, cerrarle el paso a todo el mundo que no fuese su hija o su madre, y desaparecer durante un tiempo indeterminado.-La operación ha sido un éxito, tenemos a la niña sana y salva.

Raquel arqueó la ceja, levantándose poco a poco del sofá. Aquello era algo que no esperaba en absoluto, aunque a decir verdad tampoco sabía con certeza qué había sucedido hasta llegar a la niña si había visto con sus propios ojos a la banda de Sergio entrando al granero. Dejó caer su rostro contra la palma de su mano, agotada.

-He estado sin batería toda la noche, se me apagó en comisaría.-mintió.-Salí a hacer unas llamadas y después hablé con mi madre porque Paula estaba con unas décimas de fiebre.

Al otro lado del auricular se escuchó un silencio dudoso. Ningún ruido de fondo que pudiese indicarle dónde se hallaba, o si estaba acompañado. Lo único que llegaba a escuchar era su particular respiración jadeante, algo a lo que estaba acostumbrada. Imaginó que debía haber buscado un hueco entre tanta alteración para poder llamarla.

-Bueno, Prieto quería verte.-la sangre se le congeló en cuestión de segundos, imaginando el por qué su Coronel deseaba reunirse con ella especialmente. Sin embargo, comenzó a soltar el aire poco a poco a través de sus labios al escuchar la continuación de esa frase.-Quería agradecer tu cooperación en el caso, los padres de Cristina parecen haberse tranquilizado al ver que recuperaban a su hija tal y como la habían conocido.-una carcajada típica de Ángel atravesó sus oídos haciéndola sonreír entre lágrimas nerviosas.-Ahora tenemos de colega a un Juez del Tribunal Supremo Raquel, deberías estar contenta.

La Inspectora Murillo podía sentir mil cosas al mismo tiempo, ese era uno de sus grandes dones como persona y quizá una habilidad social que la había llevado a ser la mejor en aquel trabajo. Una inspectora ejemplar, con mucho trayecto recorrido, casos resueltos y sobre todo, alguien que no utilizaba la violencia hasta llegar a su cometido. Pero en ese preciso instante, ni siquiera una felicitación por parte de alguien como Prieto podría hacerle sentir mejor de lo que quería.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now