Capítulo 9.

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Esperó el resto de la mañana con la esperanza de poder verla aunque fuesen unos minutos. Sin poder alejar de su cabeza lo que le había dicho Ángel, planteándose si realmente aquello era cierto. Si el hombre que había estado hablando con el Coronel Prieto era no solo su ex marido, sino que además había sufrido violencia de género por su parte. Desde ese momento, no existía otro tipo de pensamiento que estuviese rondándole la mente, restando la importancia que suponía que aquellos secuestradores le hubiesen mandado una SD personalmente.

Todo aquello parecía una obra de teatro en la que ellos eran unos simples títeres con los que jugar. No le cabía duda de que poseían el control de la situación, sino que estaban tan seguros de sí mismos que se habían atrevido a dejar un paquete personalmente. Un regalo disfrazado de intenciones ocultas dirigidas hacia él, y que por el momento nadie sospechaba.

Para el resto de la comisaría, aquello había sido una prueba de que seguían allí, esperando movimientos a pesar de que todavía no se habían decidido a llamar. En la caja había pertenencias de la hija del juez, de su mochila, de su estuche, incluso habían encontrado una cadena de oro. Sus padres habían confirmado que la llevaba puesta el día del secuestro.

Los ánimos en la comisaría cada vez estaban más bajos, por mucho que todos intentasen dar lo mejor de sí mismos. Se notaban las horas de tensión en cada uno de los presentes en aquella sala de operaciones. El dormir poco o dormir mal, y sobre todo, la irritabilidad de Prieto al verse presionado desde arriba. Porque nadie entendía cómo algo tan grande estaba tan bien encubierto.

Y después estaba él. Intentando compaginar el verdadero trabajo que tenía dentro de comisaría como profesor, y al mismo tiempo jugándoselo todo por robar pruebas en un caso tan importante. O, lo peor de todo, tener que ocultarle información a ella.

Rodó la microSD entre sus dedos, con el ceño fruncido. Todavía no había sido capaz de meterla dentro del móvil y comprobar qué era lo que contenía. Había preferido esperar a que viniese su hermano para poder meditar seriamente la tormenta que poco a poco se posaba sobre ellos. Sin embargo, Andrés se había mostrado demasiado tranquilo. De hecho, lo primero que había hecho al llegar a casa había sido bajar a su planta, darse una ducha caliente y por último, servirse una copa de vino tinto frente a la mirada incrédula de su hermano pequeño.

-¿Alguna vez has oído que las feromonas sexuales son capaces de viajar libremente por el aire después de un orgasmo?

La primera reacción lógica de Sergio fue abrir la boca, como si tuviese ganas de responder algo rápido, sin pensar. Pero se quedó en el intento al darle un nuevo repaso a la pregunta que su hermano le formulaba. A través de sus ojos grandes y marrones, se adivinaba un brillo juguetón que no entendía en absoluto. Mucho menos teniendo en cuenta lo que guardaba entre las manos y lo que suponía para ellos que el tiempo corriese sin freno. Cada segundo contaba en sus vidas, y Andrés, como siempre, parecía desviar su interés a cosas banales.

-¿De qué coño me hablas?

Éste se dejó caer en el sofá, sin apartar los ojos de Sergio. Cada gesto que provenía de su cuerpo parecía ligero, libre de cualquier miedo o tensión que, por el contrario, envenenaba hasta la última porción de piel del psicólogo. Como había sido siempre. Porque a pesar de que Andrés y Sergio tuviesen la misma sangre corriendo por las venas, nadie nunca hubiese dicho que pudiesen ser hermanos.

-Del que te has comido en mi sofá, pedazo de cerdo.-la expresión de Andrés dejó de ser graciosa para volverse gélida e impenetrable. Su ceño era demasiado profundo y su voz cada vez sonaba más agresiva, más estridente.-¿Cómo se te ocurre mancillar mi sofá de Mario Bellini? ¡Has echado un polvo de mierda encima de treinta y cinco mil euros, me cago en la puta!-dejó la copa de vino contra la mesita con tanta fuerza, que Sergio pensó que estallaría en cualquier momento.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now