Capítulo 20.

2.5K 93 28
                                    

Levantó con sumo sigilo la trampilla que conectaba con el granero. Apenas una línea sobre el suelo para verificar que nadie allí dentro había advertido su presencia. Sus pies estaban sujetos a la escalera que habían utilizado para acceder al punto más bajo de la casa, y si se inclinaba un poco hacia atrás podía ver los ojos azules de Palermo, expectantes, así como el resto de la banda preparados para entrar. Solo necesitaba la luz verde de su hermano, pero estaba tardando mucho en llegar. La conexión desde el apartamento parecía haber fallado, pues esperaba que no fuese algo peor lo que había llevado a Sergio a desaparecer de la misión sin decir nada.

-Profesor, estoy esperando la señal.-repitió, comenzando a notar la crispación en su propio tono de voz.

Nada. Al otro lado del auricular no se escuchaba absolutamente nada. Ni tan siquiera un sonido blanco que pudiese orientarles hacia un error de conexión. Ahí solo existían las conjeturas que Berlín pudiese sacar de ahora en adelante. Ya que se estaba viendo obligado a seguir el protocolo de emergencia.

En caso de que algo le sucediese a Sergio habían acordado que él se haría cargo de la misión. Nada que no hubiese hecho antes, solo que le picaba mucho más el miedo por lo que pudiese estar sucediéndole a su hermano, que la indecisión sobre entrar a la acción o no. Esperó solo unos minutos más hasta que pudo comprobar que Sergio no iba a aparecer.

-Genial.-masculló. Inspiró profundamente, cerrando los ojos en el proceso. Solo necesitaba unos segundos para alinear su cuerpo y alma en uno, para ser capaz de relajarse y pensar con claridad, pues ahora dependían de él.-Seguidme en todo momento, entrad con absoluto sigilo y aseguraos de que las máscaras están bien puestas.

Lo primero que notó al empezar a arrastrarse por el suelo de madera fue lo sucio que estaba. Las manos se le estaban llenando de polvo, y eso que cargaba el fusil a su hombro. Agradeció que la mascarilla también sirviese para aquello, pues no se imaginaba cómo debía oler allí después de tantos días. Le hizo una seña a Palermo para que le siguiese, y con solo una mirada éste ya supo lo que le estaba pidiendo. Al resto les ordenó rodear la estancia por el otro sentido y esperar a su señal.

Era un tanto difícil moverse en un sitio tan reducido al mismo tiempo que esquivaban los dos farolillos que convertían aquel tugurio en algo más decente, o al menos no tan siniestro como podía serlo en la oscuridad. Conforme se acercaban a las dos figuras que permanecían despiertas, entablando una conversación, no pudo evitar apartar el contacto visual de los ojos de Palermo.

Hasta entonces había pensado que tenía la vida resuelta. Que tirar del hilo de los atracos sacando así cantidades de dinero ilegales era una buena manera de pasar sus días antes de ser lo suficientemente viejo como para participar en operaciones nuevas. Le gustaba darse aires de marqués siempre que podía, y una vez había conocido una vida rica en contactos, arte, paz mental y comodidad, se negaba a probar algo distinto.

No obstante, ver a Raquel acariciándose la tripa en aquel baño le había cambiado la perspectiva de muchas cosas. Nunca había sido muy partidario de los niños. De hecho, no era padre porque consideraba que no tenía madera para ello, ni quería probar suerte. Simplemente era algo que no iba con él, a pesar de haberse enamorado muchas veces, como Sergio siempre le reclamaba.

Un sobrino era algo distinto. No cargaba con la responsabilidad de ser una figura importante en los pasos a seguir de otra persona, tenía la oportunidad de gozar lo necesario de esa clase de detalles que la vida prepara a lo largo de su trascurso. Sería "el tío guay", si es que conseguía dormir a las cuatro personas de aquella habitación.

Y después estaba Martín, como de costumbre. Esa relación que nunca había sido capaz de clasificar en su vida. Su mejor compañero, amigo y amante. Casi como su reflejo en el espejo, y la única persona que no le hacía sentirse perdido y a la deriva en un mundo que no comprendía. Sus ojos azules le gritaban cantidad de cosas que nunca estuvo preparado para escuchar, así que él decidió acabar con la sensación de angustia lo antes posible.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum