Capítulo 2.

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Había algo en la sonrisa de la inspectora Murillo que no dejaba de atraerle, y el no estar acostumbrado a ese magnetismo empezaba a pasarle factura. Lo notaba recorriendo su espalda, expandiéndose en cada terminación nerviosa, y se sentía demasiado confundido al no ser capaz de identificarlo. Sujetaba la copa de vino por la parte de abajo, con la barra de cristal metida entre el dedo corazón y anular. Se apartaba el pelo siempre con el índice, ocultando una sonrisa enigmática cuando se sentía acorralada en la conversación, así ganaba unos segundos más para pensar la respuesta sin que nadie supiese que en realidad se había quedado en blanco. Pero entonces estaban sus ojos, más expresivos de lo que ella creía, que le daban la respuesta.

—¿Psicología? —preguntó tras degustar el trago de vino. Se lamió el labio superior con la lengua, sin ser consciente de lo que eso provocaba en su nuevo profesor. Éste asintió, educado— ¿Por qué?

Raquel le miraba con el ceño ligeramente fruncido.

—Porque no hay nada más interesante que la mente de una persona —Sergio aprovechó para beber también, mientras la Inspectora Murillo le miraba sorprendida—. Me gusta observar el comportamiento humano. Los gestos, las miradas, el lenguaje corporal... Todo es como un juego de pistas que una vez reunidas te dan datos mucho más profundos de lo que tus ojos podrían ver a simple vista.

La inspectora dejó la copa sobre la mesa. Nunca antes había pensado nada de lo que Sergio le estaba explicando. Así como tampoco había sido consciente de lo mucho que le pegaba a aquel hombre ser un as en la psicología. Eso era lo que tenía su mirada, lo que la hacía sentirse expuesta. Sergio conseguía de ella cada mínimo detalle que veía, y eso le hacía todavía más interesante de lo que ya era. Le hacía ser partícipe de un juego persecutorio en el que no tenía ventaja. Sin embargo, lo que más le impactaba era que, a sabiendas de que la persona que tenía delante podía llegar a conocerla de una manera tan íntima, no le perturbaba. No la hacía sentirse intranquila. Al contrario, notaba que una parte de su peso se esfumaba al tenerle tan cerca.

—Pensaba que eso del psicoanálisis era solo en terreno laboral, y que era un mito que los psicólogos estuviesen todo el día haciéndolo —de la manera más torpe intentó coger un trozo de sushi de la bandeja que tenían delante con unos palillos que no controlaba, pero terminó en el tapete y causó una carcajada en la garganta de Sergio.

—Yo no sé del resto, pero esto es más parte mía que de formación profesional. Mira, así —le sujetó la mano a Raquel. Ésta sintió que el estómago le daba un vuelco ante ese contacto tan superficial—. Tienes que utilizar uno de base y otro para abrir y cerrar —se dejó hacer cuando las manos de su nuevo profesor colocaron sus dedos sobre cada palillo de manera correcta. Esa vez sí que consiguió llevar el trozo desde la bandeja a su boca, consiguiendo así una sonrisa satisfactoria de Sergio.

—¿Y cómo sé que lo que dices es verdad? —arqueó una ceja, vacilona.

El psicólogo entrecerraba sus ojos cada vez que sonreía, y aquello era un espectáculo digno de admirar. Tenía una de las sonrisas más enloquecedoras que había visto nunca, y no sabía muy bien si se debía a esos labios tan apetecibles o la radiante dentadura que ocultaban. Por no hablar de ese look suyo despreocupado y a la vez perfecto, se mirase por donde se mirase. El pelo de Sergio nunca parecía estar conforme, aunque siempre se abriese en dos mechones sobre su frente.

—Veamos —miró hacia arriba, apoyando la barbilla en su puño. Raquel rió, divertida ante la mueca—. ¿Qué notas cuando estiras el brazo hacia adelante?

La inspectora puso cara de circunstancias.

—¿Cómo?

—Extiende el brazo —Raquel hizo lo que le pedía, dejando sus dedos a una distancia bastante reducida de su rostro—. ¿Qué notas?

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now