Capítulo 1.

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Raquel Murillo observó su reflejo en el espejo. Tenía las manos sujetas firmemente sobre el lavabo, el cuerpo un tanto inclinado hacia adelante, y un semblante sereno. A juzgar por las leves ojeras que cada mañana intentaba disimular con maquillaje, no estaba pasando por un buen momento. Había algo que conseguía quitarle el sueño por las noches, que la dejaba pensando durante horas sentada en la mesa de su cocina, con un cigarro en la mano. La simple idea de que el juicio que tenía pendiente contra su ex saliese mal, la llenaba de un vacío que era incapaz de llenar con nada. Porque ella había actuado demasiado tarde, porque su marido no daba el perfil de un maltratador, porque él tenía muchos más contactos. Y ella no sólo no tenía ni una sola prueba de esas acusaciones, sino que cada día se hundía más en ese pozo de recuerdos que solían empezar a raíz de una bofetada.

Y es que eso apenas era el pico de un iceberg mucho más profundo y complejo. Como los comentarios inocentes sobre su forma de vestir, o esa fijación por controlar todo lo que hacía. Todo aquello disfrazado de la excusa de siempre: "lo hago porque me preocupo por ti". Pero Raquel sabía que aquello no era preocupación. Lo sabía perfectamente porque lo vivía cada día en la comisaría, y tampoco entendía cómo no había escapado antes de ese infierno. Aunque todo empeoró cuando decidió separarse, irse a vivir con su madre y llevarse a su hija con ella. Fue en ese preciso instante en el que el castillo de naipes comenzó a caer. No sabía exactamente cuándo, pero el maltratador que le había jodido la vida y del que había conseguido librarse sin repercusiones de por medio, había conseguido acceder a una parte aún más vital de su vida: su hermana.

Entonces la denuncia que interpuso en su contra, no era del todo válida. Esa era la razón por la que su vida se destruía a cada segundo: no haber hecho nada antes. Ella simplemente quería ser feliz, y lo último que necesitaba era que su hija pequeña tuviese que presenciar situaciones anormales. No podía devolverla a las manos de su padre, puesto que si era capaz de pegarle un bofetón a ella, no quería imaginar lo que podía suceder con su hija. Menos aún quería saber lo que pasaría si ese cabrón llegaba a hacerse finalmente con su hermana, si sobrepasaba la raya. Y no pudo permitirlo. Aquella denuncia le puso un nombre con un cartel de neón en la frente: mentirosa. Porque todas las personas que les rodeaban, sucumbidos por las declaraciones de su ex marido, pensaban que aquella denuncia se había realizado desde los celos. Como si acaso existiese un mínimo de sentimiento hacia él en su pecho.

Lo que no quería era que tuviese que sufrirlo ella. Su familia. Él ya había tenido suficiente propasándose con ella demasiadas veces, no tenía por qué hacerle daño también a su hermana. De modo que la situación estaba tan tirante, que sabía que algún día reventaría, y todo indicaba que la que saldría herida sería ella. Cada vez que tenía que trabajar rodeada de sus compañeros se sentía juzgada. Desde la falsedad de una sonrisa por cortesía, pero lo notaba. En el fondo todo el mundo pensaba lo mismo, ya que su ex marido era uno de los mejores técnicos de la policía científica. ¿Y ella quién era? Un número más para el resto de la sociedad.

Suspiró, controlando el sube y baja de su pecho desde el reflejo que le devolvía el espejo. Había entrado en el baño de la comisaría para recobrar esa fuerza interna que tanto necesitaba. Trabajar en un mundo considerado para hombres era terrible. Constantemente le hacían sentir pequeña, indiferente, o ninguneada. Siendo ella una de las principales inspectoras de policía, la que constantemente designaban para controlar casos con maestría, por ser mujer no terminaban de tomarla en serio.

Esa mañana, los inspectores tenían una reunión con el Coronel Prieto en el salón de conferencias. Ángel, el que podría considerar su único amigo allí dentro, le había comentado que tenían nuevas ideas para mejorar el trabajo del cuerpo en aquella comisaría, y que querían ponerlas sobre la mesa con la intención de dar un cambio. Por lo tanto, aquella mañana estaría encerrada entre cuatro paredes, rodeada de tíos con ganas de poder y que les encantaría estar por encima de ella, sin poder gozar de su trabajo como a ella le gustaba.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now