Capítulo 4.

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Sintió que todas y cada una de las miradas que habitaban en aquella sala, se volteaban hacia él cuando traspasó la puerta. Lo primero que visualizó fue al Coronel Prieto, con una mirada de lo más seria. Sin embargo, su rostro tampoco podía esconder la sorpresa que aquello le causaba. Se mantenía apoyado en la mesa de metal, esperando a que llegasen a hasta ellos. Reconoció, a su lado, al jefe de los GEOS. Un hombre alto, moreno, equipado con la vestimenta profesional adecuada. Bajo el uniforme escondía un cuerpo trabajado, una actitud segura. Su mirada también era gélida, de la misma manera que lo era su expresión.

Colgando de uno de sus hombros, se veía un fusil de asalto. Tragó saliva con fuerza. Sabía que Raquel le pisaba los talones, acompañada de Ángel. Allí dentro solo se respiraba el ambiente cargado de nervios, de tensión, de no saber qué era lo que estaba sucediendo al otro lado del teléfono. Y por si esto no fuese poco para la policía, los secuestradores reclamaban la atención de Sergio. La pregunta era: ¿cómo narices sabían que él estaba allí dentro?

—Marquina —Sergio asintió, subiéndose las gafas—. Los secuestradores han dicho que solo hablarán contigo —analizó el rostro de Prieto. Sus cejas grisáceas fruncidas en un gesto contrariado, sus labios formando una línea fina y recubiertos por una barba canosa.

—Estoy igual de sorprendido que usted, Prieto.

Su corazón se relajó notablemente cuando Raquel apareció a su lado, en su campo visual. Le dedicó una mirada al estilo Inspectora Murillo, sin pasar por alto el vistazo a sus labios.

—Estos tíos no tienen pinta de ser unos aficionados —ésta se encogió de hombros. Sergio, al ver que había dicho lo mismo que él le había sugerido antes, alzó las cejas— Han sabido que los padres se pondrían en contacto con nosotros, que pincharíamos sus teléfonos —tanto Ángel, como Sergio, Prieto y Suárez, jefe de los Geos, le miraban atentos. El resto de personas que estaban trabajando en esa sala continuaron su trabajo, en silencio. Aunque todos sabían que estarían poniendo la oreja—. Sabían que Marquina estaría aquí desde antes, está premeditado.

Algo en el interior del psicólogo se activó. En pocas palabras, estaba dando la cara por él delante del resto. Porque lo evidente era que allí varios de ellos se estaban preguntando qué era lo que se estaban perdiendo, mientras que Raquel no había dudado ni un segundo.

—Pedirme a mí, con nombre y apellidos es una distracción.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —con un tono bastante prepotente, Suárez se dirigió a él por primera vez.

El nuevo profesor sonrió, tranquilo. No había nada que pusiera más nervioso a alguien superficial que mantener la calma en todo momento. El hacerle saber que no tenía nada que hacer contra su persona.

—Como estoy seguro de que este secuestro no se va a resolver en dos días.

Prieto y Suárez intercambiaron una mirada poco convencida. A Ángel no podía verlo porque teóricamente estaba a sus espaldas, pero imaginaba que su punto de vista era el mismo. Salvo Raquel, todos allí ya le tenían medio crucificado. Incluso Prieto parecía mostrarse reacio a creerle.

—¿Son los padres?

Raquel señaló con la cabeza una de las mesas que había, donde estaban sentados un hombre y una mujer, con las manos entrelazadas mientras un policía les tomaba declaración. Un móvil se veía en medio de la mesa, hacia arriba. Internamente no solo aquel matrimonio estaba rezando para que se iluminase con una nueva llamada.

—Ricardo Vázquez y Victoria Torres —les hizo un gesto a los cuatro para que le siguieran al fondo de la estancia—. Ricardo es uno de los jueces que componen la Audiencia Nacional. Como ya sabréis, es una persona muy influyente dentro de la política española —se detuvieron frente a una pizarra blanca. Ésta estaba llena de fotos, lugares, mapas, anotaciones a rotulador, etc. Era el resumen de todo el caso, además de los movimientos que habían ido programando.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now