Capítulo 10.

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La casa de la Inspectora Murillo era acogedora. Familiar, de hecho. Seguía manteniendo ese diseño de muebles blancos e impolutos en la entrada, así como una escalera recta que subía al primer piso. A medida que ella le guiaba por el pasillo principal hasta llegar a un amplio comedor, observaba las distintas fotos que decoraban paredes y cómodas. No podía detenerse a mirar todas, pero había una que le había llamado especialmente la atención. Incluso había detenido un poco el paso, sonriendo, pero de manera que Raquel no supiese lo que estaba haciendo.

En la foto se podía ver a la inspectora unos años más joven, cosa que tampoco se notaba demasiado, con una niña de unos dos años en sus brazos. La pequeña tenía la misma sonrisa de su madre, sin lugar a dudas, y el mismo brillo en sus ojos, solo que los de la niña eran azules, y los de Raquel marrones. Estaban en un parque, abrigadas hasta el cuello. Con anoraks de capuchas perladas de pelos sintéticos que medio ocultaban sus risas.

Adorables. Esa fue la única palabra que apareció en la cabeza de Sergio.

-¿Quieres tomar algo?-el psicólogo se encontró en medio del comedor, con Raquel todavía sujetándole la mano. A su lado, una vez más un sofá se presentaba entre ellos. Solo que este era más pequeño, pero se veía igual de cómodo.- ¿Un café? ¿Una copa de vino?

Sergio sonrió al notar el nerviosismo en su sonrisa. En cómo intentaba aparentar que todo iba bien, pero que en sus ojos se debatían el miedo y un poco de timidez. A pesar de esto, le sorprendía seguir sintiendo su tacto. El hecho de que sus dedos le acariciasen en silencio.

-¿Vino? ¿A las ocho y media?

Rieron, encogiéndose de hombros.

-Estoy bien así.

Con un gesto, le pidió permiso para quitarse la cazadora de cuero, ya que la calefacción de la casa era suficiente para que empezase a notar las gotas de sudor en la frente. Raquel, sin embargo, aprovechó el hecho de sentarse en el sofá con la intención de que su mirada pasase desapercibida. Reparó en la corbata negra, como de costumbre atravesando su esternón hasta terminar por encima de la zona de su ombligo. No entendía cómo algo tan sencillo como una camisa y una corbata podía parecer tan sexy en ese hombre. Pero sobre todo, lo que más le gustaba era la manera en la que la tela se marcaba contra sus hombros y sus brazos.

-Mi hija y mi madre están fuera. Vendrán más tarde.

Raquel rompió el silencio girándose hacia él. Así como ella mantenía una pierna cruzada sobre el sofá y la otra apoyada en el suelo, él tenía la derecha cruzada sobre la izquierda, con el torso recto y mirando hacia adelante. Su cabeza, apoyada en la parte alta del sofá era la única que miraba hacia ella. Sus labios sonreían con dulzura.

-¿Puedo decirte que me gusta mucho tu casa?

Sergio intentó en todo momento que la situación fuese lo más fácil posible. No había necesidad de centrarse en el asunto que les había llevado hasta ese preciso momento. Se veía en todo su lenguaje corporal que aquel tema no era nada banal en su vida. Y se recordó a sí mismo preguntándole por sus ojeras, intentando ser inteligente con su juego de psicoanalista, sin ser consciente de que había estado metiendo el dedo en la llaga y probablemente hasta la había hecho sangrar. No sabía cómo sentirte ante todo aquello.

Empatizar no era lo suyo. Razón por la cuál era un gran psicólogo, porque no perdía su lado racional ante cualquier situación. Porque no se dejaba llevar por ningún sentimiento que pudiese ser intenso. Hasta que aquella mujer había aparecido hacía escasos días en su vida y había dado un giro increíble a las cosas.

-Bueno, esto no es nada comparado con la tuya.

-Y no por eso deja de ser preciosa.-un calor agradable se instaló en lo más profundo de su pecho al ver cómo sus músculos se relajaban. Al ver cómo su sonrisa brillaba de otro modo.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now