𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.

Capítulo 12.

Parpadeó en medio de la oscuridad, preguntándose qué podría haberla despertado. A su lado, los labios de Sergio estaban orientados hacia su frente, pues en medio de la noche, mientras la abrazaba contra su pecho, había decidido girar su cabeza inconscientemente hacia ella. Llevó la yema de sus dedos hasta su barba incipiente, sintiendo su característica aspereza. Le gustaba demasiado el efecto que tenía sobre su rostro. La manera en la que acentuaba sus facciones. O en cómo pronunciaba su labio inferior.

Sergio despierto era una maravilla, pero durmiendo era una preciosidad. Comprobó que a sus espaldas, en la mesita de noche, el despertador marcaba las seis en punto con unos números rojos y brillantes. Fuera, podía escuchar la lluvia cayendo, solo que ahora era mucho más fina de lo que había sido en toda la madrugada. Repiqueteaba contra su ventana, de modo que pensó que tal vez había sido eso lo que le había despertado.

Sin embargo, cuando Sergio se removió completamente dormido, Raquel sintió algo demasiado duro contra su rodilla. Solo necesitó levantar un poco la mirada para ver cómo la sábana se elevaba un poco, lo suficiente para que entendiese lo que había debajo. Miró de nuevo al psicólogo. Su respiración calmada junto al vaivén suave de su pecho le confirmaba que seguía dormido, por muy despierta que estuviese su entrepierna. Sintió unas ganas terribles de besarle los labios, de bajar la mano a través de su estómago, de despertarlo como se merecía después de la noche tan mágica que había pasado a su lado.

Con curiosidad, levantó parte de la sábana siendo consciente de que la pésima iluminación de la habitación no le dejaría ver nada en claro. Y al mismo tiempo, sintiéndose avergonzada por estar espiando la desnudez del hombre con el que se acostaba. Se mordió el labio inferior al distinguir la forma de su erección, imponente, allí abajo. El hecho de pensar que todo eso había estado metido entre sus piernas gran parte de la noche le hizo tragar saliva con fuerza.

Sonrió, devolviendo la mirada a su rostro relajado. Todavía era capaz de recordar la manera en la que había estado haciéndole el amor, lentamente. Y lo más importante, cómo había estado cuidándola, o cómo había estado mirándola, gimiendo contra su boca, gruñendo su nombre en silencio cerca de su oreja.

Nunca hubiese imaginado que después de Alberto pudiese sentirse lo suficientemente segura con un hombre. Que pudiese abrirse, llorar en su hombro y dejar que todo lo que llevaba dentro fluyese para que no se le enquistase. Y Sergio había estado ahí, en todo momento, comprendiéndola y cuidándola. La estaba sanando hasta tal punto, que ya casi había olvidado que tenían no solo un secuestro importante en sus manos, sino un juicio contra el que luchar.

Comenzó a pasar las manos por sus mejillas hasta terminar en la curvatura de su cuello. Al tener la cabeza inclinada hacia su lado, los músculos de su hombro se veían más marcados de lo normal. No pudo resistirse a dejar varios besos cariñosos sobre su piel. Desde su cuello, pasando por su garganta, hasta su clavícula. Sergio se removió con una sonrisa traviesa dibujada en los labios. No obstante, continuaba con los ojos cerrados.

-Buenos días.-Raquel sintió que su entrepierna se humedecía ante el tono ronco de su voz, y la forma en la que su enorme mano fue a parar inconscientemente a su culo.

-Buenos días.-respondió ella. Utilizó su mejor voz seductora, y a pesar de que él no la veía, estaba mirándole a través de las pestañas.

Fue dejando distintos besos alrededor de su pecho mientras Sergio reía en voz baja. Estaba de más decir que todo su cuerpo parecía contento de verla encima, pasándole los labios por el estómago, bajando cada vez más. Su erección le acariciaba la piel conforme gateaba hacia atrás, sobre las sábanas. Agradeció en silencio haberse acordado de echar el pestillo al volver del baño, pues no quería correr el peligro de que alguien pudiese presenciar algo de lo que sucedía ahí dentro.