Capítulo 6.

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22:00. Horas posteriores a la primera negociación

Volvió a mirar el reloj. El tiempo parecía pasar, incluso las manecillas cambiaban de postura cada vez que llevaba la mirada al reloj de su muñeca. Sin embargo, seguía estando solo en su casa. El silencio llevaba haciéndole compañía desde que había llegado. Normalmente no se preocupaba cuando Andrés iba y venía a su antojo, de la misma manera que lo hacía él, pero esa noche no podía dejar pasar todo lo sucedido.

Berlín.

Esa palabra le quemaba en la cabeza. Todavía no estaba seguro de si sus sospechas eran infundadas, producto del nerviosismo que sentía. Sin embargo, confiaba lo suficiente en su intuición como para ignorar el cartel luminoso que su interior le estaba mostrando. Un cartel de luces rojas, brillantes y alarmantes. Lo suficiente para que hubiese tenido que deshacerse del nudo de su corbata lo más rápido posible. Había sido traspasar la puerta de madera, y automáticamente sentir que había llegado al centro de sus problemas. Le faltaba el aire después de haber estado conduciendo a toda velocidad por la carretera, pensando en qué cojones estaba pasando y por qué se sentía en peligro.

Quizá se trataba de la anticipación que experimentan los seres humanos ante las catástrofes. Los avisos casi inapreciables del entorno que parecen ir acomodándote poco a poco. De la misma manera que el mar se retracta de la orilla instantes antes de que el tsunami se produzca. Entonces los daños ya son irreparables y todo estaba perdido.

Nunca lo supo, o tal vez, no quiso pararse a pensarlo. No sabía cuántas vueltas llevaba dando alrededor del piano de cola, pasándose las manos por su pelo negro con desespero. Fuera, el sol había caído hacía demasiado y un manto negro y espeso se extendía por el cielo, amenazante. Esa noche no había estrellas. Su casa estaba tenuemente iluminada por las lámparas de diseño, pintando el comedor de una acogedora luz amarillenta. Muy baja, casi febril.

—¿Se puede saber dónde estabas?

Andrés se sobresaltó lo suficiente como para retroceder, con los ojos abiertos. Ni siquiera le había dado tiempo de abrir la puerta y Sergio había aparecido en cuestión de segundos delante de él, con el ceño fruncido, la mirada enloquecida, y la respiración alterada. Recogió la bolsa que había tirado, con los ojos en blanco.

—¿Qué eres mi padre ahora? —respondió, con una sonrisa irónica acompañada de un alzamiento de cejas.

—No, soy tu hermano —le golpeó el pecho con el dedo índice. Sergio parecía fuera de sí y eso no le gustaba ni un pelo a Andrés, quién le cogió la mano con fuerza, mirándole con frustración. Una vez más, las bolsas cayeron al suelo, pero ellos estaban demasiado ocupados intentando reducirse el uno al otro, hasta terminar los dos contra la pared, forcejeando—. ¿A qué coño juegas? —le gritó. Las gafas de Sergio se resbalaron sobre su tabique mientras los dos se miraban con la mandíbula prieta, las frentes juntas, pegadas. Y sus manos sobre la nuca del otro, haciendo presión.

—¿De qué cojones me estás hablando?

—¿Has secuestrado a la hija de un juez de la Audiencia Nacional? —Sergio aflojó el agarre al ver que Andrés cambiaba su expresión de enfado por confusión.

Lo vio en el brillo de sus ojos oscuros, en la forma que sus cejas se relajaban. Seguían sujetándose por el cuello de la camisa, los dos con las manos cerradas en un puño cargado de rabia. Ambos respiraban desacompasados, nerviosos.

—¿Me ves capaz de eso?

—No sé de lo que eres capaz de hacer por dinero.

Eso produjo una sonrisa cínica en los labios de Andrés quién, sin apartar los ojos de los de su hermano, le soltó como si su tacto le quemase. Sin decir nada, desapareció de la entrada, con el asa de las bolsas de ropa entre sus dedos. Sergio se quedó allí plantado, notando el vaivén de su pecho, la ansiedad floreciendo lentamente y su corazón bombeando sangre con fuerza.

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now