Capítulo 5.

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—¿Me estás diciendo que quieres tirarte al tontito de negociación?

Raquel soltó una carcajada, sin poder evitarlo. Temió por el café que estaba sosteniendo en ese instante, que ante el movimiento rápido de su cuerpo se había salido de la taza. Se dispuso a limpiarlo con una de las servilletas que les habían dejado cerca, sin dejar de reírse.

Delante de ella, Alicia le miraba con una sonrisa increíblemente lasciva. Porque así era ella, una de sus mejores amigas, de las primeras que había conocido en la Academia, y que ahora echaba tanto en falta desde que había pedido la baja por maternidad. Su barriga era más que considerable. Los ocho meses se convertían en lo que parecía un balón de baloncesto incrustado debajo del jersey de cuello alto que estaba usando. De hecho, desde que habían quedado para tomar ese café a la hora del almuerzo, no había podido apartar la mirada de la redondez que conseguía sobresalir de la mesa. Podía recordar perfectamente la sensación de tener a Paula dentro. Lo nerviosa que se puso al ver la doble raya en el predictor, el no saber si sería una buena madre. Absolutamente todo se reproducía en su interior como un recuerdo adorable.

—Siempre te quedas con lo mismo, joder —Raquel rodó los ojos.

Alicia era la única persona en el mundo en la que confiaba hasta su propia alma. Con ella podía soltar todo lo que llevaba dentro, sus temores hacia Alberto, hacia el juicio y la custodia de Paula, sobre Ángel y su insistencia para tener algo más, algo que ella no quería. Y, por supuesto, también le había contado todos y cada uno de los últimos acontecimientos respecto a Sergio. Aunque no le había hecho falta explicarle con mucho detalle quién era, puesto que a pesar de que Alicia estaba de baja, seguía al tanto de los pasos que seguían todos en la comisaría. Era consciente de que había un hombre—un psicólogo—que daría un curso de negociación con rehenes. Lo que no se imaginaba era que Raquel pudiese sentirse tan confusa con él.

—Has dicho que te pone muy cerda, que ayer te dejó cachonda perdida y a dos velas, y estás cabreada porque ha seguido el consejo que le has dado —Alicia hizo un mohín con los labios, desaprobatorio. Cada vez que movía la cabeza, su flequillo recto, de ese color naranja cobrizo que a Raquel tanto le gustaba, tintineaba sobre sus ojos.

Alicia Sierra era un témpano de hielo. Tenía una mirada hipnotizante, oscura o clara dependiendo de si la luz los hacía brillar, entonces se convertían en color almíbar. Normalmente solía llevar un eyeliner negro sobre sus párpados superiores, así como sombras que conseguían profundizar más su mirada. Por otra parte, se podía ver de un color azul grisáceo las líneas de sus párpados inferiores. Tenía unos labios finos, definidos y pintados de un color coral claro, desapercibido. No obstante, lo más llamativo de Alicia no era ese talante imparable, ni lo hija de puta que podía llegar a ser si se lo proponía: era su voz.

Siempre suave, intimidatoria, ligeramente dulce y a la vez amarga, casi tanto como ella.

—Realmente no lo he dicho con esas palabras —se escondió de la mirada socarrona de su amiga tras la taza de café.

—No necesitas decirlo así para que lo sea, cariño —con la ceja alzada, llevó el dedo índice a su labio inferior y lo acarició con la uña.

—Es más difícil que eso, Ali —arrugó la nariz en un gesto adorable, sonriendo—. Es el tío más sexy que he conocido en mi vida, no te lo niego. Y cuando está cerca me pongo cachonda perdida —susurró esto último en voz baja, añadiendo una mueca de vergüenza—. Pero eso es lo malo, que casi no puedo centrarme. Que pienso todo el rato en que me suba a la mesa y... —hizo aspavientos, exageradamente.

—Y te arranque las bragas para comerte el coño, ajá —Alicia balanceó la mano hacia adelante y hacia atrás, asqueada. A veces odiaba lo cortada que podía llegar a ser Raquel, cuando era una bomba masiva si se tomaba un par de cervezas en confianza —Amor, céntrate. ¿Cuánto hace que llevas quejándote de que nadie consigue hacerte sentir nada desde que te divorciaste? ¿De que querías echar un polvo y ya casi habías olvidado lo que era sentir un buen trabuco entre las piernas?

𝐄𝐧𝐬𝐞́𝐧̃𝐚𝐦𝐞 𝐀 𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫𝐭𝐞 | 𝐀𝐔 | 1.Where stories live. Discover now