—¿En serio? Porque solo están Sam y tu madre en la lista de familiares del novio —observó Rachel.

—Si, ya sé —contestó, restando importancia a su comentario.

—¿No vas a invitar a tus parientes red necks* o qué?— Apenas Rachel dijo eso y por poco se le cae un plato al piso. Le dio un mini paro cardiaco, no sabría decir si por el plato casi roto, o por la mención de sus parientes.

—¿De dónde sacas que mis parientes son red necks*? —preguntó él. Hizo todo lo posible por tratar de no parecer molesto. No quería que se le notara.

—Porque son de Alabama, duh —contestó Rachel, como si acabara de decir la cosa más natural del mundo—. Entonces, ¿los invitas o no?

—No le debo nada a esa gente —contestó con indiferencia—. Con mamá y Sam basta. No me interesa tenerlos en mi boda.

—Bueno...—murmuró Rachel. Tanto ella como Priss se dieron cuenta que no le gustó nada tocar el tema de la familia, y no querían molestarlo.

—Entonces ya está la lista final. Queda tal cual —continuó Priss para cerrar el tema—. Todavía podemos pasarla hasta el lunes a la imprenta para las invitaciones, si quieres agregar o quitar a alguien aún hay tiempo —le dijo. Él le devolvió una mirada y asintió.

—Está bien así, Priss —ella se encogió de hombros. Claro que necesitaba saber por qué no quería invitar a nadie más. Como a la abuela, por ejemplo. O a los tíos. O a las primas. Y a toda esa gente que contribuyó a hacer de su niñez y adolescencia un auténtico martirio.

Apenas hablaba de eso, en realidad no tocaba el tema para nada. Su familia eran solo Sam y mamá, no necesitaba a los demás. No los quería en su vida. No quería a sus patéticos primos luciendo sus fotos en la boda del chef Adriano Hatmann, cuando a los doce años lo golpearon porque le gustaba la cocina, y hasta lo amenazaron con encerrarlo en el horno de la abuela.

Cuando Adriano se mudó a New York dejó todo ese mundo atrás. Ya no era el chico que atormentaron, no tenía que soportarlos más. Él era alguien, cumplió sus sueños, se iba a casar con la mujer que amaba. Ellos eran espectros horrendos que no deberían volver.


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Priss sabía que a Adriano le hicieron daño. Y no se refería solo al asunto de Sandra, eso era caso aparte. Durante el tiempo que estuvo en París, ella insistió a la distancia para que fuerra a terapia, y él aceptó a regañadientes. A su retorno se puso más exigente con ese tema, y quizá él aceptó solo por complacerla. Quiso que él estuviera bien, que empezara a superar de verdad la muerte de su hijo, que dejara en el pasado a Sandra y todo lo malo que ella le hizo. Se podría decir que le fue bien, Adriano aceptó que esa ayuda fue necesaria.

Pero con él no se acababan las sorpresas. Nunca hablaba de Alabama, y apenas mencionaba a su familia. Nunca tenía anécdotas de la escuela que contar. Priss sabía que tenían una familia numerosa, pues Sam los mencionaba en sus visitas. Pero Adriano no, para él era como si no existieran. No había que ser muy lista para darse cuenta que algo había pasado allá, algo que a él lo lastimaba. O quizá no fue una acción, quizá fueron varias cosas.

Priss venía de una familia pequeña. Ya lo había contado antes, papá se peleó de joven con toda su familia, lo echaron de casa. Desde entonces estaba solo, y apenas tenía contacto de vez en cuando con una sobrina suya llamada Riley, y con su cuñada Margaret. Ni siquiera se hablaba con el padre de Riley, porque tía Maggie lo denunció hacía años por violencia doméstica y lo dejó. Por el lado de mamá era lo mismo. Sus padres la tuvieron mayores, pasados los cuarenta. Solo tenía algunos tíos mayores, todos ancianos, y nada más. No se quejaba de su vida familiar, aunque eran pocos, eran unidos. Y nadie se lastimaba.

Calidad TotalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora