fin.

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Recibí una cámara nueva y calcetines. Mi mamá me regaló una cartera y mi papá un reloj. Eran regalos de adulto. Era curioso como a pesar de tener 18 seguía esperando recibir juguetes.

El 25 lo pasé en mi casa comiendo pavo que había quedado de la cena y viendo especiales de Navidad en la televisión. No fue hasta el 26 que decidí salir.

Fui con la cámara nueva a caminar un rato. El aire estaba helado y me congelaba las orejas, pero estaba dispuesto a lo que fuera por contenido para mi cuenta de Instagram.

El 27 la pasé enfermo en cama.

Pero para el 31 ya estaba perfecto. Seguía tomando medicamento, pero estaba mucho mejor.

Mis papás salieron a una fiesta y me dieron permiso de ser el anfitrión de una en la casa. Claro que no desperdicié la oportunidad y planee todo desde la cama el 28. Se llenó.

Unos amigos de la universidad se encargaron de comprar el alcohol y uno de ellos me dejó su ID en caso de que necesitara más.

Pensaba que nadie iba a ir, y que era en único perdedor al que sus padres abandonaban en Año Nuevo, pero al parecer muchos querían esa pizca de adultez y salir de fiesta al final de año.

En cierto momento de la fiesta me percaté de cuanta gente había, mucha que ni siquiera conocía; era de esperarse al haber dicho que mandaran la invitación por ahí. Sólo éramos niños.

Muchos aún ni sabían que iban a estudiar y sólo les quedaban seis meses. Y ahí estábamos, bebiendo descontrolados como si fuera 1999, tuve que cerrar los cuartos de arriba con llave y sólo dejar abierto el baño.

Éramos tan jóvenes que encontrábamos felicidad efímera en los actos inapropiados como beber, fumar y drogarnos. Aún nos quedaban, por lo menos, cuarenta años de vida y tratábamos de vivir como si fuera uno. No sabíamos qué nos deparaba el futuro, ni sabíamos con quien nos íbamos a topar y aún así vi más de ocho parejas jurarse amor eterno.

Pensé en cada persona a la que le había hecho esa misma promesa y sólo una se quedó resonando en mi mente.

El reloj marcaba que aún faltaba una hora para las 12. La mitad ya estaba borracha, unos dormidos, vi un par vomitando. Yo sólo estaba pensativo. Había comido unas galletas de chocolate y tomado un par de vasos de tequila, pero no estaba ebrio.

Jamás había entendido año nuevo. No era nada. Podía argumentar que en el catolicismo, la Navidad era el cumpleaños de Dios, por eso se celebra, pero no entendía el año nuevo. Sólo era eso, ¿por qué era tan importante? El tiempo ni siquiera es real, es relativo y una invención del humano, la cual ni siquiera es acertada pues cada cuatro años aparece un día más en febrero... ¿Por qué no sólo lo quitan y ya?

¿Acaso las galletas tenían marihuana?

No. No eran pensamientos drogados. Eran pensamientos melancólicos.

¿Cuál era el significado del beso a las 12 con tu pareja? Eso no te va a garantizar un año a su lado, eso está en ti.

Vi a la gente bailar desde mi sofá. El especial de año nuevo desde Nueva York estaba en mute en la televisión de la sala. Nueva York.

Fruncí el ceño.

Odiaba diciembre.

Dejé mi vaso en la mesita y me puse de pie. Caminé al baño y entré cortando fila, repitiendo que era mi casa. Cerré la puerta y oriné, me lavé las manos y cuando me las estaba secando mi celular sonó. Lo saqué de mi bolsillo y mi respiración dejó de funcionar por unos segundos.

Tom

Salí corriendo del baño y empujé gente hasta la entrada de la casa. Deslicé el dedo contestando mientras salía al frío.

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