LX. Sádico

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Finas gotas de agua cayeron desde el grisáceo cielo escarchando las hojas tetragonales puntiagudas que restaban de los incoloros abetos, de los altos pinos y de las aún vivas piceas que conformaban los bosques radioactivos.

El sol venció a la inútil nube grisácea de la mañana y poco a poco lanzó sus rayos de lívida luz naranja que se filtraban por cada árbol de las coníferas iluminando los rincones de la zona de alienación. De igual manera los rayos solares filtraban las aguas transparentes de una laguna, ubicada justo en la frontera al noroeste de Pripyat, llegando así hasta el fondo marino.

Ree llegó al punto de reunión, el kilómetro ciento treinta y dos, pero únicamente encontró un cuerpo yacente a un costado de la carretera. De inmediato se dirigió hacia la chica que miraba desconcertadamente las blancas nubes de algodón.

— ¿Winnie? —Preguntó sin esperar respuesta—. ¿Qué pasó? —interrogó ayudando a la chica a reincorporarse pero ella sólo le miraba la profundidad de sus ojos.

Anna salió de los bosques y se detuvo precipitadamente observando su panorama, acto seguido corrió hacia sus compañeros justo cuando Jozafat apareció tras ella.

— ¡WINNIE! ¿DÓNDE ESTÁ ALYSSA? —inquirió enseguida ya preocupada por el paradero de la niña.

— ¡WINNIE! ¡¿DÓNDE ESTÁ MARÍA?! —cuestionó Ree desesperado.

La chica, frustrada por recordar lo sucedido, comenzó a llorar desvaneciéndose al asfalto. Anna se acercó a ella ofreciéndole un abrazo mientras contenía su llanto.

—Ellos se fueron al puerto aéreo —logró mencionar la joven dejando a todos sorprendidos—, Johan y Saleisha junto con Wyatt tomaron a María como rehén y entre los tres golpearon a los gemelos. Yo logré esconderme y ver lo que pasaba —contó entre sollozos—. No pude hacer nada por ellos, lo siento —dijo ya en llanto.

Díaz continuó abrazándole aun cuando los vellos se le erizaron al pensar lo que los Tarrets podrían hacerle a la niña.

—Yo no pude hacer nada —repitió Winnie en llanto—. No pude.

—No te preocupes —tranquilizó Díaz—, los recuperaremos —le dijo mirándola a los ojos para luego volver la vista hacia los dos miembros de los Tarrets, quienes aprobaron la decisión que Anna tomó.

*****

Roberth rodeó la madera ya calcinada la cual sirvió como muro por un buen tiempo. Desesperado, miraba cada cuerpo estrangulado intentando reconocer alguno, pero fue en vano, todos eran desconocidos para él.

No encontró alguna otra pista de dónde pudo haberse dirigido Anna y poco a poco el pánico comenzó a apoderarse de él. Esperaba encontrar a la chica pues no quería destruir la única pizca de alegría y esperanza que el recuerdo de ella le proporcionaba.

—Por favor, dame una pista —habló dirigiéndose hacia los Dioses del cielo.

Se adentró a los bosques sin ningún rumbo reencontrándose con la carretera, distante de unos veinte metros desde su posición. Entonces miró que un auto negro junto con tres autos militares cruzaron a una alta velocidad sobre la autopista.

Echó a correr entre la frondosidad eludiendo troncos y ramas intentando no perder el rastro de los autos, sin embargo y como era de esperarse, los autos se perdieron en el horizonte.

*****

Alyssa soltaba fuertes llantos debido al hambre que le carcomía el estómago. Saleisha la acunaba de un lado para otro pero no lograba calmarla. Los gritos resonaban en la extensa pista de aterrizaje fastidiando al resto de los Tarrets.

Radioactivos IV: Infierno Radioactivo.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant