V. El Clérigo de Cilión.

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Pérsene 464 de la Luna de Imiqh de 3228, año de Cilión, nuestro señor.

Querida Carnil,

Te escribo en compañía de los primeros destellos de la aurora, desde mi saco de dormir, luchando por ahuyentar el sueño. Quise que fuera así, porque deseo que la tinta fresca sobre el pergamino logre llevarte algo de la extraña sensación con la que he despertado las últimas madrugadas.

No podría decir si es sueño o recuerdo, pero antes de abrir los ojos, viene a mi mente tu figura moviéndose ligera por las avenidas de Queletia, tu sonrisa iluminando los jardines del Palacio de Santa Rhaalia, mis manos estrechándote de la cintura al tiempo que tú te paras de puntas, cierras los ojos y me besas.

Cada día despierto con la sensación de que acabas de estar aquí, a mi lado y solo me queda preguntarme si ya habrás despertado, si estás postrada en las primeras oraciones o estudiando en el seminario o haciendo el desayuno de tu madre y tus hermanas y eso me hace cuestionarme, muy a menudo, si tú también recibes el día pensando en mí.

Supongo que lo único que dejan en claro esos sueños, es lo mucho que te extraño. Encuentro que me hace falta esa vida que teníamos en común. Es tonto mi asombro, lo sé, pero cada día te extraño más y cada jornada me cuesta más trabajo imaginar la tranquilidad de Queletia y la vida en la ciudad, acá, desde la vastedad de los campos, desde las carreteras y las montañas azules y grises, que parecen no tener fin, tan lejos de mi querida ciudad y de ti.

El viaje me ha hecho descubrir muchas cosas, sobre el mundo y las criaturas que lo pueblan, sobre los álfaros y los hombres, pero sobre todo acerca de mí. He encontrado que me hace gusta la vida fuera del oratorio y el templo, que el aire fresco y la lluvia aclaran mi mente y que escribir, para que los detalles del día no se escurran por las pequeñas grietas de la memoria, me hace sentir una tranquilidad que me era desconocida.

El sonido de la pluma rasgando el papel de este diario ilumina mi alma y me trae una felicidad hasta hace poco desconocida, me transporta a un refugio desde donde puedo estar contigo, en calma, al menos desde los recuerdos. En la escritura las ideas vienen a mí dispuestas y en esa posibilidad de repasar lo acontecido durante el día, me llega la claridad para valorar todo lo que sucede alrededor y lo mucho que te amo.

A pesar de ese recién descubierto gusto por la escritura, ayer no te pude escribir, por que he tenido días duros, de travesías agotadoras en las que despertamos muy temprano, levantamos el campamento y emprendemos el camino antes de que Helios despunte sobre el horizonte, deteniéndonos hasta bien entrada la noche.

Han sido días en que lo único que rompe la rutina es el pueblo o la granja en la que nos detenemos a comer, en los que la constante es el azul interminable del cielo abierto, la nube solitaria, el canto de las aves y de los insectos, las curvas impredecibles de nuestro camino, el entramado de olivos, de esmeraldas y verdes del bosque, el murmullo de la lluvia sobre nuestras cabezas y la inquebrantable indiferencia de las montañas que se alzan a la distancia, que a veces no mudan su forma en todo el día.

No había querido preocuparte, pero ahora te puedo confesar que comenzar el viaje resultó sumamente duro. En más de una ocasión pensé que no podría soportar la dura rutina del ejército, las penalidades del camino y la ausencia de comodidades básicas, como el aseo o el baño, lujos a los que nos hemos acostumbrado en Queletia.

Sin embargo, querida Carnil, poco a poco, poniendo mi empeño en ello y mi fe en Cilión, he ido encontrando el gusto por estar en el campo, he ido dejando atrás necesidades y excesos de la ciudad y, como una pesada malla que se ha levantado de mis ojos, he encontrado una claridad de pensamiento que no sentía desde hace muchos inviernos.

La Guerra del Corazón AstilladoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt