XXII. Kórceres señor de las profundidades.

26 1 0
                                    

Los lamentos hacían difícil escucharlo.

El primer aullido, sutil, agudo como el correr del viento, lo había sorprendido antes de llegar al fondo de la gruta, pero pronto se le habían unido otras voces; lloriqueos, súplicas desgarradas, quejidos que parecían murmullos, que no venían de ningún lugar, voces sin cuerpo ni boca que parecían arrastrarse con la sola intención de murmurar en su oído.

- Para los Zelotes de Amil Doth es una herida sobre la creación, pero para nosotros es un portal, es el comienzo de la Quinta Era, tronó en voz alta el espectro, de frente al vacío semicircular que ocupaba el fondo de la caverna. Las llamas de cientos de hogueras resplandeciendo sobre la careta de metal que llevaba en el rostro.

En el último tramo de la espiral descendente, los gritos fueron subiendo de intensidad hasta tornarse en un coro que clamaba en triste discordia, en un idioma angustiante, que parecía muy antiguo y que a Va'hal le hizo pensar en el lenguaje de los álfaros.

El ladrón cubrió sus oídos con ambas manos, sólo para descubrir que los alaridos en lugar de apagarse, subían de intensidad, en un chillido ensordecedor, que le heló la sangre.

Así lo había recibido el Ombligo de Mítridas, con sus miles de víctimas clamando por una sepultura digna. Al llegar al fondo, los soldados se habían plegado alrededor del abismo, a las paredes de piedra afilada, tan oscura como la obsidiana, esperando atentos a que el hombre que los lideraba hablara. Los dos asesinos que escoltaban a Dirce, dieron un par de pasos atrás, retirándola, dejando sólo al ladrón, a un costado del espectro que miraba fijamente al precipicio.

- Él aguarda paciente la llegada de los Niños de Erheä, esos a los que mi madre ha perseguido sin piedad, dijo el espectro señalando con una mano blanquísima el vacío que se abría a sus pies.

- Le quedará claro que no soy un niño, ni seguidor de la diosa Erheä, protestó Va'hal.

- Bajo cualquier otra circunstancia apreciaría su sentido del humor Va'hal Sihertes, pero no aquí, lo atajó el hombre de la máscara, encarándolo, como si pudiera mirarlo a los ojos. - Muchos han perdido la vida por algo que ni siquiera pidieron, que jamás imaginaron, incluyendo a mi hermano mayor, ese desdichado que mi madre estranguló unos momentos después de que llegara a este mundo.

- No pretendo faltarle al respeto, pero ya he escuchado bastante de historia. Creo que es momento de saber para qué he sido llamado, suplicó el ladrón en voz alta, haciéndose oír por encima de los lamentos que acosaban sus pensamientos.

- Ciertamente. No habremos de perder más tiempo porque el tiempo es algo no podemos despreciar, dijo el espectro, haciendo una seña a sus acompañantes.

Va'hal llevó la mano a la empuñadura de la espada, disponiéndose para lo peor, pero pronto entendió que la orden del extraño sin rostro tenía otro propósito.

Dos encapuchados avanzaron por detrás del espectro, como surgidos de las tinieblas y se arrimaron al vacío. Llevaban en brazos a otro hombre, un humano muy joven, completamente desnudo. Al acercarse aquellos hombres a las hogueras, Va'hal pudo apreciar el rostro fino, los rulos castaños, también la tez, demasiado pálida, las marcas negras sobre la garganta y finalmente el pómulo, ligeramente sumido. Entendió que aquel joven había muerto poco tiempo antes.

- Bruino Kairos, Príncipe de la Baja Ceprenia, la última víctima de mi madre, dijo la aparición inclinándose por encima del cadáver. - Es una pena que se haya sacrificado de forma tan estúpida, dijo posando la máscara sobre el rostro del joven, como si pudiera besarlo.

Tras una breve pausa el espectro hizo una seña a los encapuchados, que de un solo movimiento arrojaron el cadáver al vacío.

- Pensamos que con el príncipe de Ceprenia moría nuestra última esperanza, dijo el hombre de la máscara, asomándose al vacío. - ¡Ah! exclamó después, Mirad, mirad ahora hacia las entrañas de la tierra.

La Guerra del Corazón AstilladoWhere stories live. Discover now