XVI. El Sable Celeste

36 1 0
                                    

El fuego del lucernario oscila travieso, nos sumerge en un teatro de siluetas imprecisas, exageradas, que relumbran, hinchando mi sombra y la de mis compañeras, retratándonos contra las paredes del dormitorio en el que nos encontramos.

El lucernario, una pequeña chimenea rectangular de toscos ladrillos rojizos, inimaginable en Eiandiel, es una necesidad que se repite en todas las habitaciones del santuario, un intruso indispensable para soportar el clima de la isla y ésta noche, en éste cuarto, parece decidido a intervenir en la conversación de mis compañeras, aquellas alumnas que se hacen llamar el Sable Celeste.

- ¿Quieres decir que hay alguien más en la isla?, pregunta Juvia, una chica que acaba de cumplir los catorce inviernos, cruzando los brazos contra el regazo, apretando los bordes de la manta de lana en la que se encuentra envuelta.

- Los cenizos, señala Megara sonriendo, es la única alumna a la que puedo considerar una amiga.

- Los cenizos no existen, son una leyenda para asustarnos, afirma Juvia frunciendo el ceño.

- ¿Estás segura que no existen?, pregunta Megara con una sonrisa pícara en el rostro.

- ¡No se distraigan!, interrumpe Xeghiana dando un manotazo en el suelo. Es una chica morena, de diecinueve inviernos, que ha vivido diecisiete en esta isla y ese simple hecho la hace una autoridad sobre lo que sucede en el monasterio y en Yveso. - No se trata de personas ni cenizos, dice después, hay una voluntad superior, aquí, en la isla.

- ¿Cómo un dios?, pregunta Juvia. Sus preguntas siempre exasperan a las demás, aunque a mí me divierten.

- ¡Claro que no! no existe otro dios que Lunulaë, la silencia Xeghiana.

Entonces todas las miradas confluyen sobre mí, como si esperaran que me soltara hablando de los dioses álfaros, mis dioses. Xeghiana cierra los ojos, suspira, hace una pausa antes de proseguir con su explicación y yo hago como si no me importara que todas me estén mirando.

Vale la pena aclarar que Xeghiana es una joven fuerte, de rostro hermoso, de sus ojos grises, es una humana excepcional, a punto de concluir su instrucción, graduarse como hespéride, volverse una guerrera de Lunulaë y supongo que eso la hace superior a todas nosotras.

Media luna ha pasado desde que salté del acantilado y ya me siento otra, he mejorado mucho en el combate con la espada y hoy, por fin, me entrené con éstas chicas, con las mejores y parece que ahora quieren que me una a su cabal.

- Hay una fuerza que mantiene a viva la isla, que la protege, indica Xeghiana después de una breve pausa en la que bebe de un pellejo henchido de licor de naranja, que ha robado de las cocinas del santuario. Nadie más bebe, quizás por miedo, quizás porque no nos ofrece.

- No pensé que la isla necesitara protección, le dice Megara.

- ¿Nunca te has preguntado por qué estamos tan al norte, porqué hay tantas islas alrededor y todas están desiertas?, ¿cómo es que hay tanta vida en Yveso, a pesar de que estamos rodeadas de glaciares? le pregunta Xeghiana.

- Porque Lunulaë nos protege, responde Megara. ¿Nos has reunido aquí para darnos una clase de catecismo?

- Si todo lo sabes Megara, explícame ¿por qué nadie visita la isla?, ¿por qué nadie más se ha establecido aquí? le pregunta Xeghiana arqueando las cejas.

La Guerra del Corazón AstilladoWhere stories live. Discover now