III. La Gran Cadena

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III. La Gran Cadena.

-Id al encuentro de su destino, hijos míos. Ese que nos tiene deparado Cilión, glorioso creador, todopoderoso señor de la creación. Sabed que su luz os acompaña, que ilumina vuestro camino. Sabed que el Reino de Queletia y las naciones álfaras, representan esa luz, el orden, la razón y todo lo que es correcto en este mundo. Recordad que todo lo que amamos y consideramos valioso, que todo lo maravilloso y bello está en peligro, junto con la civilización y la cultura de Taressia.

Discurso de despedida de Silomias, Patriarca Mayor de la Casa de Cilión, al ejército que parte hacia el frente. (Torek 457, imiqh 3228 de la 4ª era de C)

Torek 457 de la Luna de Imiqh de 3228, año de Cilión, nuestro señor.

Querida Carnil, el día está por concluir. El sol, ese disco lumínico al que bautizamos como Helios y que los humanos han adoptado como su deidad traza sus últimas pinceladas sobre el gran lienzo celeste.

Siento como si muchos días hubiesen transcurrido a pesar de que, en realidad, apenas nos despedimos.

Aprovecho para escribir ahora que hemos terminado de montar nuestro campamento y tengo un momento de sosiego.

Miro a mi diestra la colina atiborrada de tiendas, estandartes y lanzas, luego a la ciudad, por encima de las cascadas celestes, bañándolo todo con sus ribetes en plata y blanco e inmediatamente echo de menos tu voz, ambiciono perderme en el olivo de tu mirada y compartir contigo este sentimiento de euforia que seguramente no me dejará dormir tranquilo.

Recurro así a este diario, tu hermoso regalo, cuyas páginas espero atiborrar de anécdotas y acontecimientos, hasta llenarlo y enviártelo y así recibir a la vuelta tus escritos, tus aventuras y logros, seguir así unidos a través del papel, hasta que los dioses nos coloquen de nuevo sobre el mismo camino.

Un diario. ¡Qué hermosa idea!, me maravilla aún qué la hayas reservado para la despedida, como una sorpresa final. Casi puedo escuchar tus palabras, llevar cada quien un diario, para mantenernos a salvo del tiempo, para estar juntos a pesar de la distancia, dialogando y pensando el uno en el otro, en esta nueva aventura que nos ha deparado Cilión.

He de confesar amada Carnil, que no fue sencilla la despedida, que sentí mi corazón desmoronarse al verte romper en llanto. En el momento en que me imploraste, con lágrimas en los ojos, que me quedara estuve a punto de doblégame, de renunciar a mis votos, al destino que me han señalado los dioses y quedarme a tu lado.

Ha sido muy duro despedirme de ti Carnil, pero sé que te llevo siempre, que tu cariño está ya tatuado en mi alma y nuestros destinos unidos de manera inquebrantable.

Ante tantos amigos que vinieron a despedirme me sentí realmente un favorito de Cilión, tanto que, en este momento, al escribirte y recordarlo, mi vista se anega, al saberme bendecido por tantas amistades. Esto último, te pido que no se lo vayas a contar a los chicos o jamás dejarán de burlarse de mí.

Me resulta curioso que los dioses hayan querido que nos despidiéramos precisamente en el puerto de Antómeles, a unos pasos de la plaza dedicada al estadista y filósofo, con sus calzadas de mármol claro, con sus frondosas terrazas, elevadas hasta el vértigo y sus cientos de próceres conservados en piedra y metal.

La providencia dictó que fuera cerca de esos jardines de primavera eterna, de terrazas concupiscentes, salpicados de lagos y arroyos en los que pasamos tantas tardes almorzando y bebiendo, donde nos dijéramos adiós.

¿No te pareció curioso que fuera precisamente allí?, yo creo que fue como si el destino y los dioses hubieran querido regalarnos un epílogo a ese caudal de días felices, días sin preocupación ni obligación salvo la de amarnos, pasear por la ciudad y disfrutar de los hermosos ciudadanos de Queletia haciendo sus vidas a nuestro alrededor.

La Guerra del Corazón AstilladoWhere stories live. Discover now