- ¿Ves esto? - le pregunté, tocando la pantalla junto a mí con mis uñas. - Mi jefe las revisa todos los días y si ve que le he vendido alcohol a un adolescente, va a despedirme. Así que no, no te voy a dejar salir de aquí con esas cervezas. Busca otra forma de ahogar tus penas.


El joven se llevó las manos a la cabeza y, dándose la vuelta, comenzó a balbucear palabras sin sentido para intentar soltar la carga pesada que llevaba consigo.

A simple vista, parecía enfadado. Pero yo sabía que la emoción detrás de eso era otra, era tristeza, era el dolor de un corazón roto.

Un par de minutos le tomó recomponerse para poder voltear a verme una vez más. Parpadeé un par de veces con ambos codos apoyados sobre el mostrador y una mejilla recargada sobre mi mano, hasta que él se apoyó del otro lado del mueble con ambas palmas sobre el frío material azul y me dirigió la mirada con los ojos entrecerrados.


- Bien, si no vas a dejar que compre cerveza, dime de qué otra forma puedo olvidarme de los minutos más horribles de mi vida.


Aquello me tomó por sorpresa. Pensé que solo se marcharía con su nubecilla gris en la cabeza y lloraría en su casa. Pero no. Por el contrario, se quedó allí, en aquella tienda de conveniencia, con la mirada fija en mí mientras esperaba su respuesta.


- No puedes. - respondí, incorporándome para recargarme en el respaldar de mi silla. - Los recuerdos están ligados a nuestras emociones. De hecho, los malos recuerdos son los que solemos recordar con mayor precisión.

- ¿Entonces nunca lo voy a olvidar?

- Tal vez en unos años, dejes de recordar detalles. Pero si vuelves a ver a esa persona o vuelves al lugar en el que sucedieron las cosas, existe la posibilidad de que lo recuerdes.


Por segunda vez, él suspiró. Pero no me pareció que lo hizo con el mismo sentimiento ni con la misma desolación en sus ojos.


- Voy a ser infeliz por el resto de mi vida.

- No. - repliqué, alargando la vocal, como si el sonido pudiese alejar de mí su pesimismo. - Solo tienes que buscar la lección que la vida te está dando con todo esto y cuando lo logres, podrás cambiar la forma en la que ves este recuerdo.

- Eso tiene... - balbuceó unos segundos. - Tiene bastante sentido.

- Supongo que sí. - añadí, justo antes de que la campanilla de entrada sonara.


Una mujer de unos 40 años entró rápidamente, tomó un par de galletas de chispas de chocolate y llegó al mostrador en menos de dos minutos.


- 3000 won, ¿verdad? - preguntó la mujer, buscando en su bolso su billetera.

- Así es, señora Im. - repliqué con un asentimiento de cabeza, antes de recibir los billetes que me entregó la mujer. - Deséele suerte a Youngmin de mi parte. Estoy segura que entrará a una buena universidad.

- Se lo haré saber cuando regrese a casa. - me dijo con una sonrisa y en cuanto le entregué sus compras, se despidió y salió de la tienda.


Seguí con la mirada a la mujer, hasta que ya no me fue posible. Ella y su hijo Youngmin, eran clientes regulares de la tienda. Él era un par de años mayor, por lo que tenía que rendir el CSAT, el examen de ingreso a la universidad. Así que había estado encerrado en su habitación, estudiando día y noche para poder obtener la mejor calificación posible.

Las galletas que la señora Im le llevaba eran sus favoritas. Seguro Youngmin no la estaba pasando bien y ella quería animarle un poco.


- Entonces, sí eres amable. - habló el estudiante.


Unperfect Match | Kim YugyeomDär berättelser lever. Upptäck nu