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Marzo 2012

Los gritos histéricos fuera de la tienda de conveniencia en la que trabajaba habían parado varios minutos antes de que el joven alto y de cabello negro como el azabache hiciera sonar la campanilla de entrada. La dueña de la voz chillona como un pollo de goma se había subido a un auto negro de lunas polarizadas, dejando atrás al joven pelinegro y llevándose consigo todo rastro de felicidad del chico.

Él entró a la tienda, luego de quedarse viendo la calle por unos 20 minutos, esperando que la jovencita regresara. No parecía la clase de chica que hacía esas cosas y, cuando él lo entendió, le vi arrastrar los pies con la cabeza agachada y los hombros encogidos, rumbo a los refrigeradores de la parte posterior.

Aunque habían varios estantes entre nosotros, su altura dejaba en evidencia la parte superior de su cabellera lacia, permitiéndome saber el punto exacto de la tienda en la que se encontraba. Sin embargo, por si las dudas, le di un vistazo a la pantalla junto a mí, donde podían apreciarse las imágenes en vivo de lo que ocurría dentro y fuera de la tienda.

No parecía un ladrón en absoluto. Vestía el uniforme de Yongsan, una escuela a la que solo entraba la gente más privilegiada de la ciudad. Tan excepcional que todos soñaban con pisar el terreno en el que se encontraba. Y es que no era eso lo que me preocupaba. Me preocupaban sus ojos sin vida, sin brillo, los mismos que mi padre tenía últimamente.


- Llevaré algunas de estas. - dijo al dejar sobre el mostrador seis latas de cerveza.


Miré las latas frente a mí y luego, le dirigí la mirada al joven. Él sacó su billetera de cuero café y me tendió unos cuantos billetes, esperando que yo los tomara y le dejara salirse con la suya. Pero eso no iba a pasar.


- ¿Identificación? - pregunté, aunque su uniforme hacía obvio que no era mayor de edad.


El chico rodó los ojos. Él solo quería irse con sus latas de cerveza, embriagarse y llorar por la escenita que le había armado la jovencita de minutos atrás.

A mí eso se me hacía una estupidez. Había aprendido que era inútil llorar por alguien que no volvería.


- No la traigo conmigo. - replicó, simple y conciso, sin poder sostenerme la mirada.

- No puedo venderle alcohol a un menor de edad. - dije, dirigiendo mis ojos al escudo en su pecho por unos segundos, casi saboreando lo que sería llevarlo en mí. - Y tú, evidentemente, lo eres.


El estudiante soltó un suspiro pesado.


- Escucha. ¿Puedes solo pasarlo por alto esta vez? - preguntó, casi suplicó. - Estoy teniendo un mal día.

- ¿Y por eso crees que tienes derecho a tomar hasta perder la conciencia?


Le vi fruncir el ceño tan rápido que pensé que le daría un calambre.

Yo no era bajita, pero aquel chico era el más alto que había visto en toda mi vida y eso le servía para lucir intimidante.


- ¿Sueles meterte en la vida de tus clientes?

- ¿Sueles dejar que te griten en la calle?


El chico tragó saliva. Había puesto el dedo sobre su fresca herida.


- ¿No puedes solo tomar el dinero? - insistió una vez más, dejando de lado su ceño fruncido para cambiarlo por una expresión de perrito perdido. - A tu jefe le gustará saber que vendiste mucho hoy.


Oh, él definitivamente no conocía al señor Moon.

Mi jefe era el hombre más correcto sobre el planeta Tierra. Una vez, había perseguido a un señor por varias calles para entregarle un par de monedas de 100 won que había cobrado de más. Y en otra ocasión, le había reprochado a una niña por gritarle a su madre en plena tienda.


Unperfect Match | Kim YugyeomWhere stories live. Discover now