22

443 49 2
                                    

Katniss se volvió hacia la reportera de televisión.

—Sí, yo soy Katniss Everdeen —dijo fríamente.

—Señorita Everdeen, ¿está trabajando con el Departamento de Policía de Orlando para ayudar a encontrar al asesino?

—Sí. —Aquella única palabra fue pronunciada de forma contenida. A duras penas lograba reprimir la furia, la sensación de traición.

Peeta extendió una mano como para bloquear la imagen de la cámara, pero Katniss la apartó a un lado de un manotazo.

Cheri Vaughn se lanzó adelante.

—¿De qué manera los ha ayudado, señorita Everdeen?

—Les he dado la descripción del asesino.

—¿Cómo sabía usted su descripción? ¿Ha tenido una visión paranormal?

Peeta se interpuso de nuevo delante de Katniss, con la furia pintada en el rostro, pero Katniss le esquivó. Aquello era lo que él quería, ¿no? Pues se lo iba a dar, y con creces.

—Algo así. Yo conozco al asesino de una forma distinta a todo el mundo. No es un hombre con el que sueña una mujer, a menos que sea en una pesadilla —dijo, tomando prestada la frase de Esther—. Es un gusano, un cobarde que se divierte atacando a mujeres...

—¡Ya basta! —rugió Peeta, empujando la cámara y agarrando a Katniss del brazo con la otra mano, clavándole los dedos en la carne—. Márchense todos de aquí, ahora mismo.

Cheri Vaughn le miró con desconcierto, parecía a la vez asustada y divertida. Katniss no tuvo que adivinar cómo se sentía, ya lo sabía. Había ido allí a representar un papel, con la promesa de obtener alguna noticia, pero se había topado con una sensacional mina de oro. Su reputación en la emisora acababa de alcanzar niveles estratosféricos.

Todavía agarrándola del brazo, Peeta condujo a Katniss al coche, la dejó en el asiento del conductor y después la empujó para hacer sitio para él mismo. Cerró la portezuela de un golpe y accionó la llave de contacto.

—¿Qué diablos estabas haciendo? —dijo con los dientes apretados.

Katniss sentía el calor al rojo de su cólera, pero no se impresionó.

—Lo que tú querías que hiciera ——contestó amargamente—. Atraer la atención del asesino. ¿No era ése el propósito de este ejercicio?

Peeta pensó en negarlo, pero comprendió que no merecía la pena. Katniss no iba a creerse ninguna negativa que a él se le pudiera ocurrir, y en aquel momento estaba tan enfadado que no tenía ganas de intentarlo.

—Atraer su atención, sí, ¡pero no incitarlo a matar aún más!

—Pero ahora puedes estar seguro de que vendrá por mí. No olvidará un ataque a su ego.

Katniss miraba de frente, ni siquiera lo miraba a él.

Peeta tuvo que reprimir duramente su genio. Sabía que a Katniss no le iba a gustar verse expuesta al público como vidente, pero no había esperado que ella se diera cuenta inmediatamente de que él había montado toda aquella situación, ni que reaccionase provocando y tentando al asesino.

—¿Cómo lo has sabido? —le preguntó instantes más tarde en tono tan serio como su cara—. ¿Me has leído la mente?

—No eres capaz de superar el miedo a eso, ¿verdad? —se burló ella—. Puedes estar tranquilo, tienes la cabeza demasiado dura para que yo pueda siquiera captar una brizna. Pero esa reportera era otra cosa. Bien podría llevar encima un cartel. ¿Por qué no la llamaste sin revelar tu identidad?

¿Farsa?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora