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Se sentía tan vivo que casi resultaba doloroso. Carroll Janes notaba como iba creciendo dentro de él una deliciosa expectación por lo que le aguardaba, como aumentaba su fuerza hasta que tuvo la sensación de resplandecer. Nunca dejaba de asombrarle que la gente no fuera capaz de ver aquella fuerza, pero es que la mayoría de la gente en realidad era extraordinariamente imbécil.

Sería esa noche. No era habitual que hubiera transcurrido sólo una semana desde el viernes, pero aquello iba a ser tan fácil que no merecía la pena aplazarlo. Además, resultaba muy agradable sentir aquella acumulación de fuerza casi justo cuando se había desvanecido el brillo anterior. Naturalmente, no podía contar con que aquello le sucediese todas las semanas; los casos realmente groseros no se daban con tanta frecuencia. Y normalmente le gustaba planificarlos mucho más, tal vez incluso hasta durante un mes, porque casi siempre había dificultades que superar, complicaciones que resolver. Jacqueline Sheets no planteaba ninguna. Vivía sola, y su rutina diaria resultaba asfixiante de lo rígida que podía ser. No, no había motivo alguno para esperar.

Era curioso que casi siempre fueran mujeres las que se mostraban groseras, aunque en una o dos ocasiones hubo un hombre al que no tuvo más remedio que castigar. No le gustaba que fuera un hombre. No era que la fuerza de un hombre lo hiciera más difícil, él despreciaba ese detalle; era lo bastante fuerte para manejar casi a cualquiera, y hacía ejercicio religiosamente para conservar esa fuerza. Sencillamente, los hombres no ofrecían el mismo placer, la oportunidad de jugar con ellos mientras la sensación de poder iba creciendo. Los hombres eran casi aburridos y por supuesto, él no era marica, de modo que como mínimo se perdía la mitad de la diversión. Él no penetraría a un hombre por nada del mundo. Si a veces era más benévolo con la descortesía de un hombre... bueno, después de todo le correspondía a él decidir, ya nadie más. Si prefería a las mujeres, era sólo asunto suyo.

Se pasó todo el día tarareando, lo cual hizo que Annette hiciera la observación de que ciertamente le veía de muy buen humor.

—Debe de tener planes estupendos para este fin de semana —le comentó, y él percibió un inconsciente toque de celos en su voz. Eso le gustó. Naturalmente, sabía que Annette suspiraba por él, aunque de bien poco le servía. Simplemente, Annette no era su tipo.

—Tengo una cita emocionante —contestó, sin preocuparse de si ella habría captado el ligero temblor de placer en su voz. A lo mejor eso animaba un poco sus fantasías.

Se imaginó a Jacqueline Sheets esperándole. Ya había estado dentro de su casa, y se imaginaba la escena con toda exactitud. Sabía dónde se sentaba a ver la televisión... que era prácticamente lo único que hacía. Sabía cómo era su dormitorio, qué se ponía para dormir: cómo dos pijamas. No le sorprendió. Él prefería los camisones, pero los pantalones de pijama no suponían ningún problema. Ella se los bajaría a una orden de él; todas lo hacían cuando se les ponía un cuchillo delante de la cara.

Había inspeccionado la cocina. Los cuchillos se hallaban en un decepcionante mal estado, con los bordes sin afilar, apenas capaces de cortar un plátano. Evidentemente, no era buena cocinera, o de lo contrario tendría los cuchillos en mejor estado. Había seleccionado un cuchillo de cortar filetes y se lo había llevado a casa, donde pasó dos noches colocando cuidadosamente una cuchilla de navaja de afeitar sobre la hoja. Odiaba tener que trabajar con herramientas de segunda.

No podía esperar a que llegara la noche, cuando daría comienzo el ritual, tal como su padre le había enseñado. Cuando uno es descortés, recibe su castigo.

***

Peeta había llamado a Katniss esa mañana a las siete, sólo para decirle hola y preguntarle si había dormido bien, y la irritación que notó en su voz le hizo reír ligeramente. Katniss se resistía a él mentalmente, pero físicamente había ido todo mucho mejor de lo que hubiera esperado. La había besado, y ella no sólo no se asustó, sino que disfrutó. Teniendo en cuenta sus antecedentes, aquél era un paso de gigante.

¿Farsa?Where stories live. Discover now