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El dibujante resultó ser una pelirroja regordeta y de baja estatura llamada Esther. Esther tenía unos dedos pequeños, rápidos y manchados de tinta, ojos astutos y una voz como una campanilla. Su edad podría oscilar entre los treinta y los cincuenta; llevaba el pelo con una generosa cantidad de canas, pero su cutis se veía fresco y suave. Al igual muchos artistas, vestía lo que encontraba a mano. En este caso llevaba unos pantalones de algodón de deporte, una de las camisas de su marido y zapatillas deportivas sin calcetines.

Con una taza de café en la mano como apoyo, Katniss se sentó junto a Esther y se pusieron a trabajar en los detalles del aspecto exterior del asesino. Era una tarea penosa que incluía interminables variaciones de nariz y cejas, tamaño de los ojos, anchura y grosor de los labios, ángulo del mentón, forma de la barbilla. Katniss era capaz de cerrar los ojos y visualizar el rostro en cuestión, pero reproducirlo sobre un papel no era cosa fácil.

Peeta no las interrumpió, pero se mantuvo siempre cerca y rellenaba con frecuencia la taza de café de Katniss. Ya eran casi las seis cuando llegó a casa y la despertó del sofá donde estaba durmiendo. Aunque se mostró solícito con Katniss, estuvo de un humor taciturno durante todo el camino hasta la comisaría.

—El puente de la nariz tiene que ser más alto —dijo Katniss pensativa, examinando la última tentativa. En el pasado había trabajado en muchas ocasiones con los dibujantes de la policía, y por eso sabía lo que éstos necesitaban de ella—. Y los ojos un poco más juntos. Con unos cuantos trazos hábiles de lápiz, Esther realizó los cambios.

—¿Así mejor?

—Mejor, pero todavía no se ajusta del todo. Son los ojos. Los tiene pequeños, duros y juntos. Como un poco hundidos, con las cejas rectas.

—Eso me suena a un tipejo feo y malvado —comentó Esther al tiempo que hacía diminutos retoques.

Katniss frunció el ceño. Estaba muy cansada, pero se obligó a sí misma a concentrarse. —No, en realidad no lo era, físicamente. Supongo que se le podría considerar atractivo, incluso con la cabeza calva.

—Bundy era un sinvergüenza muy guapo, pero no era el hombre con que una sueña. Eso demuestra que las apariencias engañan.

Katniss se inclinó hacia delante. Esa vez las correcciones de Esther habían conseguido un retrato más parecido al rostro que ella recordaba.

—Eso está muy bien. Haz la frente un poco más ancha y recorta el cráneo. No tenía la cabeza tan redondeada.

—Más como Kojak, ¿no? —Los trazos del lápiz cambiaron la forma de la cabeza.

—Para. Así está bien. —Al ver la cara en el papel experimentó cierta inquietud—. Es él.

Peeta se acercó y se quedó detrás de Katniss para mirar el retrato terminado. Lo observó fijamente. De modo que aquél era el hijo de puta. Ahora tenía un rostro, ahora lo cazarían.

—Gracias, Esther —dijo.

—Cuando quieras.

Katniss se levantó y se estiró, vagamente sorprendida por lo entumecida que estaba.

Finnick, que había aguardado pacientemente un poco más atrás, se acercó hasta Peeta y examinó el retrato robot.

—Voy a repartirlo por ahí —dijo—. Lleva a Katniss a casa y métela en la cama antes de que se derrumbe.

—Estoy bien —replicó ella, pero tenía unas marcadas ojeras y el rostro demacrado.

Peeta no discutió.

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