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Peeta no consiguió hacerle decir nada más, aunque la línea seguía abierta. Peeta abierta. Se vistió a toda prisa y metió los pies descalzos en unas zapatillas de deporte. Agarró su sobaquera, con la Beretta dentro, pero no perdió tiempo en ponérsela. Apenas un minuto después de contestar al teléfono estaba ya saliendo por la puerta.

El corazón le retumbaba dolorosamente contra las costillas. ¿Qué había dicho Katniss? Su última frase había sonado tan débil que casi no pudo oírla; algo que estaba haciendo otra vez.

No importaba lo que hubiera dicho. Había sentido su pánico a través del teléfono, tan real como si lo estuviera viendo. Katniss tenía problemas, problemas graves.

Llovía ligeramente, justo lo bastante para que las calles estuvieran resbaladizas y necesitara usar todo el tiempo el limpiaparabrisas del coche. No pudo conducir tan deprecia como hubiera querido, pero aún así iba demasiado rápido para el estado de la calzada. La sensación de urgencia le hacía mantener el pie en el acelerador. Al llegar a un Stop simplemente reducía la velocidad, y se detenía en un semáforo rojo sólo hasta que se abría una brecha en el tráfico.

Un accidente ocurrido en la autovía le obligó a saltar la mediana, retroceder y tomar otra ruta, desperdiciando un tiempo precioso. Habían pasado casi veinte minutos cuando por fin llegó a la casa de Katniss. Su coche se encontraba en el lugar de costumbre, y había una luz encendida en el cuarto de estar No se molestó en subir los pequeños escalones, sino que se plantó en el porche de un salto y a la puerta.

—¿Katniss? Soy Peeta. Abre.

Dentro de la casa reinaba un silencio absoluto, tan total como el de la otra tarde en la vivienda de los Vinick, como si allí no hubiera criatura viviente. Se le heló la sangre en las venas, y su voz sonó al llamarla otra vez al tiempo que golpeaba la puerta con el puño. Aquella puerta no tenia cristales que pudiera romper, y no perdió el tiempo en ir a la parte de atrás a ver la puerta de la cocina. Retrocedió un paso y lanzó un fuerte puntapié a la puerta. Después de cuatro patadas se rompió la cerradura y se astilló el marco, y la puerta se de golpe para ir a estrellarse contra la pared. Sabía que debería ir más despacio, no entrar a lo loco sin conocer cuál era la situación, pero el miedo pudo más que la prudencia, y se arrojó por la abertura sin pensarlo, Beretta en mano.

—¡Katniss!

Katniss estaba allí, sentada en el sofá, en el círculo de luz que proyectaba la lámpara, igual que una estatua en un nicho. Tenía la abiertos, fijos y vacíos. Estaba completamente inmóvil, blanca como la cal, y por un instante de agonía Peeta dejó de respirar. El dolor fue como un puñetazo, y sintió que le oprimía el corazón.

Entonces se acordó de lo que había dicho el agente Ewan, que al principio creyó que estaba muerta, y comenzó a respirar de nuevo y consiguió moverse, aunque el miedo aún no le había soltado de su helada garra. Dejó la pistola a un lado y se arrodilló en el suelo frente a Katniss, le cogió una mano del regazo y la sostuvo mientras le palpaba la frágil muñeca con dos dedos. Presionó ligeramente y encontró el ritmo tranquilizador del pulso, lento pero firme.

Tenía la piel helada, pero justo debajo de aquel frío superficial latía el calor de la vida.

—Katniss —dijo otra vez, ya mucho más calmado. Seguía sin haber respuesta.

La examinó detenidamente. Y después exploró el entorno que la rodeaba No había señales de lucha, ni tampoco heridas a la vista. Parecía estar bien físicamente.

El auricular del teléfono yacía a su lado, sobre el sofá, un pitido intermitente. Lo recogió y lo colocó en su sitio.

Tragó saliva al comprender lo que debía de haber pasado. Katniss había tenido otra visión, tal vez incluso todavía estuviera atrapada en ella. ¿Qué sería esta vez? ¿Otro asesinato? Santo Dios, con tantas drogas y pandillas callejeras, resultaba increíble que Katniss no pasara la mayor parte del tiempo en estado catatónico. ¿Percibiría alguna vez lo bueno, los momentos de felicidad de las personas que jugaban con sus hijos o se reían de alguna broma sencilla? ¿Cómo lograría vivir su vida, si siempre estaba sobrecargada con toda aquella mierda de la vida de otros?

¿Farsa?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora