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Peeta se sentía como si le hubieran arañado las tripas por dentro. No tuvo necesidad de imaginarse lo que debió pasar Katniss. Él era policía, y había visto demasiado para tener que apoyarse en su imaginación para obtener detalles. Sabía lo que era realmente las palizas, sabía cómo eran las puñaladas, sabía cuanta sangre había, cómo se iba extendiendo, extendiendo, hasta inundarlo todo, incluso se filtraba en las pesadillas. Sabía cómo había gritado y sollozado el pequeño, había visto el terror y la desesperación en las caras de otros niños, su dolor, su absoluta impotencia.

Katniss había pasado por ello. Y cuando tuvo la visión del asesinato de Nadine Vinick, ¿Qué coste tuvo para ella volver a ver aquellas imágenes? La similitud entre ambas resultaba nauseabunda.

En algún punto de la conversación con el profesor Beetee Latier, su sano escepticismo se había venido abajo. Se había plantado el germen de la posibilidad. No le gustaba, pero a pesar de sí mismo, aceptó que Katniss había "visto" morir a la señora Vinick. A lo mejor fue una situación irrepetible. Según el profesor, cuando Katniss se recuperó de sus heridas y del trauma emocional que había sufrido, se quedó sin capacidades extrasensoriales. Por primera vez en su vida, pudo vivir normalmente. Era algo que siempre había deseado poder hacer, pero el precio que pagó fue horrendo. Incluso después de seis años seguía pagándolo. Ahora Peeta sabía por qué no había novios de por medio.

Aquello le dio todavía más determinación para cambiar la situación. Objetivamente, podía resultarle un tanto divertida aquella serie de conflictos que le ofuscaban la mente y le roían las entrañas. Siempre había sido capaz de mantenerse un poco apartado, sin que le afectaran la mayoría de las preocupaciones que rondaban a otros policías. Subjetivamente, no se estaba divirtiendo en absoluto con aquello. No creía en lo paranormal, siempre se había reído de los que sí creían, y ahora se sorprendía a sí mismo no sólo creyendo a medias, sino intentando imaginar cómo podría servirse de Katniss para encontrar al asesino de la señora Vinick.

Aquel último pensamiento le produjo otro retortijón. Quería protegerla, no quería relacionarla con otro asesino; pero era policía, y su trabajo consistía en utilizar los recursos que hubiera a su alcance para resolver un crimen, sobre todo uno tan brutal como aquél. Aquel hijo de puta no podía andar paseándose por ahí suelto, entre el inocente público. Ya pesar del primitivo instinto masculino que le decía que mantuviera a Katniss alejada de aquello, supo que, si le era posible, se valdría de ella. Haría todo lo que estuviera en su mano para mantenerla a salvo, pero lo más importante era encontrar a aquel tipo y ponerlo entre rejas. A menos que fuera un loco perdido, la salvajada de aquel asesinato era tal que casi con toda certeza le sería impuesta la pena de muerte..., pero antes había que cogerlo.

Otro conflicto era el que tenía que ver con su propio recelo masculino. Ningún hombre que él conociera aceptaba de buen grado los avatares y las restricciones de una relación emocional con una mujer, y él no era una excepción. Le gustaba la vida que llevaba; no le gustaba estar atado a ninguna mujer. No quería tener que rendir cuentas de su tiempo a nadie, no quería tener que tomar en cuenta a otra persona cuando hiciera planes para lo que le apeteciera hacer. Pero ahora estaba Katniss, y maldito fuera si no se sentía acorralado. Se había sentido atraído por muchas mujeres, pero no de este modo. Esto era una fiebre, una necesidad imperiosa que no le abandonaba en ningún momento. Habían pasado sólo cuatro días desde que entró en el despacho de Bonness y la vio por primera vez, y desde entonces no se la había quitado de la cabeza. Cuanta más información obtenía sobre ella, más adentro se metía y lo peor de todo era que ella desde luego no estaba haciendo nada para que él se metiera: lo estaba haciendo él solito, peleando centímetro a centímetro.

Katniss había evitado totalmente a los hombres, tanto en el aspecto romántico como en el sexual, desde que Gleen casi la destruyó. Peeta intentó decirse a sí mismo que debía retirarse para así darle tiempo y espacio para que llegara a confiar en él, pero sabía que eso no iba a suceder; él nunca había sido de los que se sentaban a esperar. Iba a hacerla suya, y muy pronto, además. A ella, comprensiblemente, la asustaría el sexo; él, y nadie más, iba a enseñarle que podía ser agradable. Nunca en su vida había estado celoso, pero ahora se sentía casi furioso de celos. No de Gleen, por Dios, sino de cualquier otro hombre que pudiera mirarla y perderse en aquellos ojos grises sin fondo que poseía Katniss. Quería disfrutar del derecho de aferrarla contra sí y lanzar una mirada feroz a cualquier cabrón que se atreviera a poner los ojos en ella demasiado tiempo

¿Farsa?Where stories live. Discover now