16

515 46 2
                                    

Brutus Janes estaba taciturno. Estaba de un humor de perros desde el pasado viernes por la noche. Jacqueline Sheets no había resultado ser la diversión que había esperado. La gran sensación de poder que había soñado no se materializó. La mujer había estado patética, gimiendo y correteando por ahí en círculos, en vez de hacerlo interesante. y tampoco había hablado mucho de ello la prensa, lo cual realmente le decepcionó. Parte de la diversión —tal como habían salido las cosas, más bien la mayor parte de la diversión— de aquel último caso se había basado en el hecho de saber que los policías iban a volverse locos, con dos incidencias tan similares, tan cercanas la una de la otra, y tan absolutamente faltas de pistas con las que poder trabajar. Pero era obvio que los policías eran más idiotas de lo que él pensaba, lo cual le quitó todavía más diversión al asunto. ¿Dónde estaba el reto? No podrían pillarlo, pero al menos creyó que podrían haberse dado cuenta.

No estaba seguro de qué era lo que interfería con su placer. Tal vez Sheets había aparecido demasiado pronto, después de la última. Él no se encontraba en el adecuado estado de emoción, no había agotado la fase de acechar a la víctima a lo largo de varias semanas mientras la tensión iba creciendo cada vez más hasta convertirse en una sensación febril, con todos los sentidos aguzados y toda su fuerza concentrada. Naturalmente, tendría que probar de nuevo para asegurarse.

Odiaba desperdiciarse a sí mismo con una desilusión, pero era la Única manera de averiguarlo. Si el siguiente caso resultaba igual de aburrido, sabría cómo dedicar más tiempo al proceso y no dejaría que la facilidad aparente de un caso lo empujase a avanzar demasiado deprisa y robarse a sí mismo el placer.

Todos los días, en el trabajo, esperaba atento a la menor transgresión. ¿Qué infeliz cliente iba a tener que pagar? Después de todo, para que fuera una prueba veraz, tendría que actuar lo antes posible.

***

Katniss se sentía nerviosa, inquieta a causa de una tensión interior que no terminaba de remitir.

No lograba encontrar la razón de dicho nerviosismo, porque había muchos candidatos entre los que elegir. El motivo más importante, por supuesto, era el miedo al fin de semana que se avecinaba. No podía explicar a nadie, ni siquiera a Peeta, cómo se sentía después de haber tocado los pensamientos del asesino durante aquellos sangrientos instantes. No se sentía sólo sucia, sino permanentemente contaminada por su maldad, como si su alma no fuera a verse nunca libre de aquel mal. Más que ninguna otra cosa que hubiera deseado en la vida, quería echar a correr, alejarse lo más posible para no saber cuándo iba a matar él de nuevo. Por desgracia, ese alivio era lo único que no podía permitirse a sí misma, o de lo contrario acaba— ría verdaderamente contaminada por su propia cobardía. Tenía que quedarse, tenía que aguantarlo, por aquellas dos mujeres que ya habían muerto, por las otras personas que no conocía, por el pequeño Dusty... por sí misma.

Además estaba Peeta. Le amaba, pero tenerle alrededor todo el tiempo seguía siendo desconcertante. Había pasado tantos años sola que a veces la sobresaltaba darse la vuelta y toparse con él. De pronto había el doble de ropa que lavar, el triple de comida que preparar, horarios a los que ajustarse puesto que había un solo cuarto de baño, y muy poco espacio en la cama. Su vida había estado totalmente controlada, y ahora todo había cambiado.

Él lo sabía, naturalmente. Aquellos agudos ojos color cielo lo veían todo, aunque ella luchase por esconder lo inquieta que se sentía. Peeta no le dejaba a ella todas las tareas de la casa, como habrían hecho muchos hombres; él estaba acostumbrado a hacerse la colada y no dudaba en lavar un montón de ropa. El límite de seguridad de Peeta a la hora de cocinar estaba en calentar el contenido de una lata o armar un bocadillo, de modo que era ella la que se encargaba de la cocina, y él de la limpieza. Peeta hacía lo que estaba en su mano por facilitarle la transición, pero al mismo tiempo se negaba a retroceder y darle más espacio. Él estaba allí; Katniss tenía que acostumbrarse a él y ella estaba feliz de hacerlo, de pasar aquel tiempo con él fueran cuales fueran sus motivaciones, pero no dejaba de ser algo que la ponía nerviosa.

¿Farsa?Where stories live. Discover now