CAPÍTULO 24: Los secretos del enemigo

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Cuando volvió a abrir los ojos, Brida se encontraba en una habitación que no supo reconocer

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Cuando volvió a abrir los ojos, Brida se encontraba en una habitación que no supo reconocer. Alguien la había llevado hasta una amplia cama de matrimonio con dosel y se había encargado de sanar la herida logrando que al fin dejara de sangrar. Tenía una venda alrededor de la cabeza.

Se mareó al intentar incorporarse, por lo que no le quedó más remedio que tumbarse de nuevo. Soltó un quejido. La brecha iba cicatrizando poco a poco, pero el dolor no había remitido en absoluto.

—Debes guardar reposo —comentó quien acababa de entrar en la amplia sala—. Me ha costado detener la hemorragia. Si haces grandes esfuerzos o movimientos bruscos, la herida podría abrirse de nuevo y en esta ocasión no sé si tendríamos tanta suerte. Está claro que quien te ha golpeado deseaba tu muerte y lo hubiera conseguido si yo no te hubiera encontrado.

Brida no supo qué responder. Seguía perpleja por el hecho de que fuera Ervin, el hermano de Juler, el que hubiera salvado su vida.

En cuanto vio su figura entrando por la puerta, comprendió el por qué aquellos aposentos eran tan lujosos: se encontraba en la cama del príncipe heredero. Solo las habitaciones de Jimena y del propio rey podían rivalizar con aquella.

Y aunque sabía que era una estupidez, no pudo evitar sonrojarse cuando aquella idea cruzó su mente. ¿Qué pensarían las demás doncellas si la vieran salir de buena mañana de los aposentos de Ervin?

El punzante dolor de su cabeza le recordó que había estado a punto de morir. Convertirse en el centro de los murmullos y cotilleos de la corte le pareció entonces una nimiedad.

—Gracias —logró al fin susurrar. Tenía la garganta reseca y estaba todavía algo aturdida, por lo que fue incapaz de añadir nada más.

Ervin, quien permanecía todavía en el quicio de la puerta que separaba la estancia principal de aquella que usaba como baño, se fue acercando.

Tras asegurarse de que a Brida no le incomodaba su cercanía, acabó de recortar la distancia que les separaba y se sentó en el filo de la cama, justo a su lado.

—Si me lo permites, voy a ayudarte a incorporarte para que puedas tomarte esto —comentó el príncipe mientras le mostraba a Brida la taza que cargaba entre sus manos. El brebaje de su interior desprendía un agradable aroma.

La muchacha sonrió, haciéndole saber al príncipe que contaba con su permiso para hacer aquello que él considerase necesario y tras dejar la taza de porcelana en la mesilla que había junto a la cama, Ervin pasó su brazo alrededor de la cintura de Brida con gran delicadeza.

Haciendo un gran esfuerzo y conteniendo los quejidos de dolor que amenazaban con escapársele con cada movimiento, Brida consiguió quedar sentada en aquella cómoda cama con la espalda apoyada en el cabecero de madera.

Esperó a que se disipara el mareo y disminuyera el dolor y en cuanto se sintió mejor aceptó la taza que él le tendía. Dió un primer sorbo al contenido de esta. La agradable calidez del agua de rosas acalló los quejidos de su reseca garganta y despejó parte de su malestar. Apuró hasta la última gota de aquella bebida.

Crónicas de un reino: amor, guerra y traicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora